En la antigua China, la esposa se encargaba de todos los asuntos de la vida familiar, incluso de las infidelidades del marido: si el marido empezaba a funcionar con desgana en la cama, comprendía que había llegado el momento de buscarle una nueva y más joven esposa. En cuanto la tenía localizada, le indicaba a él que fuera a pedir su mano, o iba ella misma. Tal actitud no constituía un sacrificio: la nueva estaría obligada a trabajar bajo la autoridad de la antigua. En la antigua Esparta, el adulterio de la mujer tenía un supuesto en el que estaba bien visto. El caso era que el amante tuviera mayor estatura y musculatura que el marido engañado, y en ese caso el marido no podía ni física ni jurídicamente atacar a su mujer, a la que se permitía tener relaciones con su nuevo galán. Hemos evolucionado, pero la base sigue siendo la misma: “Te amaré sólo a ti”, prometen unos, mientras a otros les excita más la “caza”, la conquista, sobre todo cuando pueden permitirse un completo “carnet de baile”:

Comparte y comenta esta entrada: