Cada cuadro es múltiple, versátil, se desdobla, se divide, se comprime o aumenta como un gigante, en un constante juego de magia con nuestra mente.

Con él, si queremos, nos podríamos quedar más tiempo suspendidos que con ninguna otra fascinación, iluminados por esa luz erótica, inquieta, que hay en sus cuadros. Muchos de sus dibujos y cuadros están cargados de esa tensión sensual a primera vista insana (depende del que mira, como en todo) que, dicen, lleva a arrugar la nariz pero también a abrir los ojos, pues poseen una atmósfera surrealista, miteriosa incluso cuando el tema, trivial a menudo, son una calle con personas, una sala de estar con chimenea o una niña desnuda frente al espejo.

Balthus, pseudónimo de Baltasar Klossowski, conde de Rola (1908-2001), el pintor metafísico de los gatos y de las adolescentes sensuales y maliciosas, nínfulas, Lolitas, niñas a punto de estallar en mujer… Este pintor francés de origen polaco iba a cumplir 93 años. Había abandonado la clínica en la que llevaba hospitalizado algunos meses. Regresó a su chalé de Rossiniére, en el cantón Suizo de Vaud, de 113 ventanas. Y cuentan los allegados que murió tranquilo en su cama con un solo deseo: pintar.

Tal como explica la Fundación Balthus, durante sus años de formación estuvo patrocinado por Rainer Maria Rilke, Pierre Bonnard y Henri Matisse, entre otros. Su padre, Erich Klossowski, un destacado historiador de arte, y su madre Elisabeth Dorothea Spiro (conocida como Baladine Klossowska) eran parte de la élite cultural de París. Y el hermano mayor de Balthus, Pierre Klossowski, fue un filósofo influenciado por los escritos del Marqués de Sade. Jean Cocteau, quien era amigo de la familia, también encontró inspiración para su novela Les Enfants Terribles (1929) en sus visitas a la familia de Balthus.

Este pintor pasó la primera parte de su vida en Francia, pero en 1953 se mudó a Chateau de Chassy en donde terminó su obra maestra El cuarto (1952), inspirado por las novelas de Pierre Klossowski, y La calle (1954). Después, en 1964 se mudó a Roma, en donde presidió la Academia francesa en Roma e hizo amistad con Frederico Fellini y el pintor Renato Guttuso. Fuertemente influido por el primer Renacimiento italiano -Piero della Francesca, Masaccio-, también se dejó inspirar por sus compatriotas Poussin o Courbet.

Se casó en 1937 con Antoinette de Watteville, a quien había conocido en 1924. Ella fue la modelo para una serie de retratos. Y su obra tuvo mucho éxito.

Pero había más en su historia: los desnudos pintados por Balthus, teniendo como modelo a su primera esposa Antoinette, acentuaron su crisis matrimonial: por lo visto ella estaba escandalizada y furiosa al verse en las paredes de las casas de sus amigos aristócratas. La ruptura, según ella, fue inevitable.

En 1977 se mudó a Rossinière, Suiza, con su segunda esposa.

“En el fondo vinimos aquí por mi nostalgia de la montaña. Rossinière me ayudó a avanzar, a pintar. (…) Aquí reina una especie de paz. La fuerza de las cumbres, el peso de la nieve de su entorno, su masa blanca, la plácida calma de los chalés colgados en los Alpes, el tintineo de los cencerros y la regularidad de las vías férreas que serpentean por las montañas: todo llama al silencio”.

Y es que, ahora según su segunda esposa, la japonesa Setsuko, además Balthus pecaba de ser exasperantemente meticuloso. Un cuadro le llevaba con facilidad meses o años o, como ella misma explica en una entrevista: “Cada pintura de Balthus es como una larga novela, el resultado de una larga experiencia y de una búsqueda perpetua”.

Conoció a Setsuko durante una misión diplomática en Japón. y los fotógrafos y amigos Henri Cartier-Bresson y Martine Franck realizaron varios retratos del pintor, su mujer y su hija Harumi en su Grand Chalet en Rossinière en 1999.

Con respecto a su ritmo de trabajo, ella también dijo: “Es muy madrugador. Cuando se despierta pide un desayuno ligero y si la luz es buena lo toma en su taller. Luego se pone a pintar hasta 17 horas. En época de invierno la nieve da una luz blanca bellísima, luminosa, nacarada, entonces la aprovecha toda. Cuando empieza a trabajar se queda absorto, no masculla, se mete dentro de su mundo y es ahí donde se realiza como autor. Luego viene a tomar el té, también en silencio. No deja nunca de trabajar, cuando charlamos lo hacemos en torno a sus cuadros…”

Hoy, en Rossinière es la viuda, Setsuko Klossowska de Rola, quien custodia la memoria de Balthus. También pintora, descendiente de una familia de samuráis de Kyoto, Setsuko vive sola en el Gran Chalé, excluyendo las visitas de la hija Harumi. Y es que esta obra es un pacto luminoso con el silencio y con los deseos ocultos que de manera comprensible nos pierden.

Trasmitir que la belleza y la inocencia encierran peligros insospechados para los espíritus que no se han preparado para ello, ésa fue la gran lección de la obra de Balthus.

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