Como leemos en “En las huellas de la pezuña” de Miguel Otero Silva y Rómulo Betancourt y en “Importancia de la Hegemonía andina” de Siso C. Castro y Gómez, este tirano presidente de Venezuela era dado a la jactancia y su deseo de figurar era notable, características que fueron utilizadas por los aduladores de oficio que lo halagaban, le hacían fiestas y bailes y lo dotaban de hembras para congraciarse y obtener beneficios. Hasta tal punto que convirtió su sede en un burdel de lo más concurrido: recibía a diario a imponentes señoritas por las que interrumpía sin rubor alguno los asuntos de estado para discutir en su alcoba los asuntos de la entrepierna. Si todo salía bien, las chicas obtenía el estatus de funcionarias oficiales. Y cómo no, tenía un encargado también oficial para hacerle los cástings de muchachas: el doctor Carlos Tello, al que nombró ministro de “Relaciones Sexuales”.

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