roser amills sentada en el puente del sena paris, foto de victor amela
Sentada en el puente del Sena en París

Para los romanos, los etruscos eran unos libertinos.

Ellos no les iban en zaga en cuanto a desmanes, claro, pero se escandalizaban por la afición etrusca a la danza (bailar, para los romanos, era cosa de esclavos o de seres despreciables) y así el término histrión, que los latinos usaban para los actores, deriva de hister, el bailarín etrusco. Y es que se dice que entre los etruscos bailaba el rey, bailaban los cortesanos, bailaba el pueblo llano, los artesanos, los militares y los campesinos…

Claudio el etruscólogo
A pesar de este handicap, algunos extravagantes romanos y griegos se sintieron fascinados con los etruscos, esos misteriosos colonos que llegaron poco a poco a Italia como emigrantes del Asia Menor (Lidia, actual Turquía) por vía marítima siguiendo rutas desconocidas, un pueblo que fue valiente, atrevido, ingenioso y vehemente, pero que también fue «cruel y desenfrenado», como lo describen los autores griegos y romanos; un pueblo aficionado a los placeres materiales de la vida y que ejerció su soberanía durante siglos. Sabemos, por ejemplo, que el emperador Claudio, “etruscólogo” oficial, escribió una gramática y un vocabulario de la lengua etrusca, además de una completa historia de este pueblo del que tan poco sabemos pues a partir de los datos de que disponemos se supone que debió tener una literatura predominantemente oral.

Pero… ¿todo se perdió?
Eso parece. No dejaron literatura, a excepción de algunos miles de inscripciones cortas, y lo que conocemos de la historia etrusca, más allá de las aportaciones puntuales como la de Claudio, se nos ha filtrado a través de las fuentes romanas “de aquella manera”. La relación entre etruscos y romanos también se comprueba por los objetos y costumbres de los primeros que fueron adoptados por los segundos. Entre ellos podemos nombrar: la toga de púrpura, las sella curule, las fasces con el hacha, los lictores y los anfiteatros. Todos ellos proceden de los etruscos. Los romanos, sin embargo, Los griegos no entendieron nunca a estos extraños vecinos. Los romanos, por los motivos ya explicados, preferían no sentirse como herederos de los etruscos e incluso los odiaron e hicieron todo lo posible por borrar sus huellas de Italia. Así, según escribió Properz, «la ceniza de sus hogares fue esparcida por los cuatro vientos». Gran parte de la tradición y de la riqueza artística creada por los etruscos pasó íntegramente a la cultura de Occidente; sin embargo, muy poco conocemos todavía de ellos. ¿Qué más sabemos?

 
“Acampó entonces el ejército
etrusco en esta llanura, asustado por los avisos del cielo.
El propio Tarconte me envió embajadores y la corona
del mando con el cetro y me encomienda las insignias;
que acuda al campamento y me haga cargo de los reinos tirrenos”.
Virgilio: Eneida, VII:503-507

Pero… ¿de dónde venían?
Desde 1828, en que se descubrió la primera tumba etrusca, hasta nuestros días, el misterio de este pueblo no ha dejado de intrigar a antropólogos, lingüistas, arqueólogos e historiadores.
La mención más antigua se encuentra en el historiador griego Herodoto (484-412 a. de C.), que defiende el punto de vista de que los etruscos habían venido del Asia Menor. Su narración se parece a un mito cuando cuenta que, bajo el gobierno del rey Atys en Lidia, surgió una carestía terrible. Para poder sobrellevarla, los lidios buscaron distracciones y descubrieron numerosos juegos. Jugaban un día, sin comer, y al día siguiente comían, sin jugar. Y está documentado (por romanos y griegos) que las ciudades estado de la Liga Etrusca, limitadas por los Apeninos, el Tíber, el Arno y el mar, fueron los vecinos septentrionales de Roma durante la segunda mitad del primer milenio a. C. Así, se estableció que los etruscos aparecen en la historia hacia el 900 a. C. y su periodo de grandeza política, económica e ideológica tuvo lugar entre los siglos VIII al VI a. C.

los rasna o rasenna
Los etruscos, un pueblo que se denominaba a sí mismo “rasna” o “rasenna” y al que los griegos llamaron thyrrenoi y los romanos, etruschi o tuschi, el pueblo pirata por excelencia, los tan odiados conquistadores de la Italia septentrional y central, vivieron su período de esplendor hasta principios del siglo cinco antes de Cristo. Y así encontramos la segunda explicación procede del historiador griego Dionisio de Halicarnaso, que vivió en Roma a principios de la era cristiana. Dionisio comprobó que los etruscos y los lidios se diferenciaban en cuanto a religión, lengua, leyes y vestimenta. Según su versión, los etruscos fueron los habitantes primitivos de Etruria «ya que estaban asentados allí desde muy antiguo y no ofrecían ninguna similitud con otras razas». La magia y la medicina eran ciencias “serias” para los etruscos y, en apariencia, daban muy buenos resultados: Esquilo llama a Etruria “el país de los medicamentos”. Las termas etruscas eran conocidas en todo el Mediterráneo, y sus artes para la curación estaban inextricablemente unidas a la religión: un complicado panteón de dioses y diosas mayores y menores, imbricado con la mitología grecolatina, que rendía culto, asimismo, a las antiguas y primitivas deidades que personificaban fuerzas naturales, especialmente a las diosas generatrices de la fecundidad. Y en los torneos etruscos se halla el origen del circo romano, aunque en aquél no había efusión de sangre ni violencia desmedida.

pero Roma era tan peligrosa…
Para su desgracia durante todo ese tiempo suyo de incomprendido / envidiado esplendor dominaron -pues era parte de su territorio- un entonces pequeño e insignificante pueblo de origen latino-sabino, Roma, a la que pronto dieron el brillo de las ciudades etruscas de entonces mediante la fastuosa arquitectura de sus templos y el estilo de sus esculturas. Después, empezó el declive: Servio Tulio casó a sus hijas con los hijos de Tarquino el Viejo. Uno de ellos, Tarquino el Soberbio, asesinó a su suegro y ocupó el trono. Su gobierno fue tan desastroso que terminó con un gran levantamiento y la proclamación de la República en 509. Perdieron el poder, el respeto, la lengua, Roma…

Y la pérdida de Roma fue el principio del fin para el poderío etrusco. Lentamente, entre períodos de guerra y períodos de paz, la República creció a expensas del territorio etrusco, cuyas ciudades estaban muy divididas entre sí. Pero la decadencia se agudizó con las invasiones de los galos y con la primera guerra púnica, durante la cual se aliaron con los cartagineses, precisamente el bando perdedor.

absorción romana
Desde entonces, cada cierto tiempo protagonizaron algún que otro levantamiento, pero fueron languideciendo hasta desaparecer en los tiempos de Claudio (sí, ese que rescató justo a tiempo un resumen de su historia, que después se perdió…) si bien las ciudades-estado no fueron absorbidas por el Imperio Romano hasta el siglo I a. C.

la lengua etrusca
La lengua etrusca dejó de usarse para propósitos sagrados sobre el mismo tiempo aunque no conocemos con exactitud la fecha hasta la que pervivió como lengua viva pues sólo conservamos algunos textos sobre materiales no perecederos como una tablilla de arcilla encontrada cerca de Capua de unas 250 palabras, el cipo de Perugia (ver foto) escrito por dos caras y con 46 lineas y unas 125 palabras, un modelo de bronce un hígado encontrado en Piacenza (unas 45 palabras).

Aparte de estos testimonios tenemos dos inscripciones interesantísimas más: la primera de ellas es la inscripción de Pyrgi, encontrada en 1964, sobre láminas de oro que presenta la peculiaridad de ser un texto bilingüe en Etrusco y Púnico y que ha ampliado considerablemente nuestro conocimiento de la lengua. La segunda de las inscripciones, resulta algo intrigante, ya que fue encontrada en la isla de Lemnos (N. del mar Egeo, Grecia) de con unas 34 palabras, y que parece escrita en un dialecto diferente de los encontrados en Italia, tal vez esto sea sintomático de la presencia de colonias etruscas en otros puntos del mediterráneo o bien se trate como otros autores sostienen de una lengua hermana del etrusco, aunque se considera que la presencia de una sola inscripción no nos aclara gran cosa, aunque han averiguado curiosidades como que el sustantivo en etrusco aparentemente no distingue género masculino o femenino, aunque parecen existir trazas de una distinción entre nombres que designan seres humanos y los que no.

A pesar de repetidos esfuerzos de conectarla con las indoeuropeas, o con las de tipo urálico o con las caucásicas, no se ha encontrado relación definida con ninguna lengua. Pero en plan nostálgico-legendario, se dice, por ejemplo, que su forma de hablar pervive todavía en el acento toscano…

y los estudiosos añaden…
Recientemente, ha intervenido en la cuestión incluso la biología hereditaria, investigándose el reparto de los grupos sanguíneos en la actual Toscana y la antigua Etruria, y comparándolos con los datos obtenidos de otros pueblos mediterráneos y el historiador Mommsen llegó a decir que no se sabe de dónde vinieron los etruscos y que no valía la pena tomarse el trabajo de averiguarlo ya que sólo su historia es interesante.

Otro historiador contemporáneo, Pallottino, menguó un poco este juicio y dijo que se tenía que estudiar a los etruscos allí donde se pudiera encontrar su cultura. Las verdaderas cuestiones no se ocupaban de su origen, ni del misterio de su lengua, sino de la cultura etrusca.

Ya durante el Renacimiento comenzó a despertar el interés por el arte etrusco. No obstante, sólo a finales del siglo XVIII comenzó el verdadero estudio profesionalizado de las cámaras funerarias, las instalaciones defensivas, los frescos y esculturas, la cerámica y la orfebrería etruscas.

tumbas y poco más
En dos de las colinas de Roma, concretamente el Palatino y el Quirinale, se conocen desde hace siglos unas antiguas tumbas que no corresponden con las costumbres romanas, y que hoy, con los modernos métodos de datación, pueden con certeza ser fechadas entre los siglos VIII y VI antes de Cristo y, por lo mismo, identificarse con sitios etruscos. Al revés que en los cementerios romanos, los sitios de cremación se mezclan, en estas tumbas, con los sitios de enterramiento (algo más recientes). La evidencia de que estos sepulcros (llamados por los romanos Sepulcretum) son de lo más antiguo que puede encontrarse en la ciudad es muy concreta: de hecho, en el Palatino, una tumba circular de incineración está superpuesta con una oblonga de enterramiento, lo cual es típico de los cementerios etruscos pero desconocido en los romanos.

Y un poco más tarde, a principios del siglo XIX: a poco de llegar Napoleón al trono de Francia, su hermano menor Lucien Bonaparte, Príncipe de Francia, de Canino y de Musignano, descubrió en sus terrenos de la Toscana una gran tumba etrusca. El noble francés comprobó el interés que los coleccionistas manifestaban por los objetos de arte prerromano, vio el filón y comenzó a excavar por todos sus ingentes terrenos, rescatando varios cientos de piezas que fueron vendidas de inmediato al mejor postor. Bonaparte se hizo millonario gracias a los orfebres etruscos. Y también la Iglesia cristiana, con frecuencia , ha sido contagiada con este falso sistema religioso. Esto sucedió de la siguiente manera: Cuando el ejército Medo-Persa ocupó Babilonia, el sumo sacerdote de los viejos misterios huyó con un grupo de iniciados a Pérgamo, que se convirtió en el cuartel general de la falsa religión “donde está el trono de Satanás” (Ap. 2:13). El rey de esta ciudad recibió el título de “Pontifex Maximus”. Desde allí, más tarde, cruzaron el mar y emigraron a Italia, y se establecieron en la región Etrusca. Allí se propagó el culto babilónico bajo el nombre de “Misterios Etruscos”, y Roma se convirtió en cuartel general de la religión babilónica, Cuando Julio César, que había sido iniciado en esa religión, fue nombrado Jefe de Estado, tomó el título de “Pontifex Maximus”.

Este nombre, desde entonces, fue llevado por todos los emperadores romanos hasta Constantino el Grande, que al mismo tiempo era cabeza de la cristiandad y sumo sacerdote de los paganos. Más tarde, el título recayó sobre el obispo de Roma, y hasta la actualidad es llevado por el papa. Éste lleva, de la misma manera que el sumo sacerdote de la antigüedad, una mitra en forma de boca de pez abierta, en honor al dios-pez Dagón.

y ahí está Mecenas
Porque, por supuesto, hemos ido comprobando mediante pequeños pero importantes hallazgos, que ningún pueblo desaparece de repente, y gracias a eso se saben deliciosas historias, que no la historia, como que mucho después del declive de los etruscos, cuando Augusto organizó el Imperio, tuvo como consejero favorito a un etrusco que se reconocía como tal, llamado Mecenas, cuyo amor por la vida y las cosas bellas -tan característico de su antiguo pueblo- lo hizo pasar a la Historia como sinónimo de protector de las artes.

Comparte y comenta esta entrada: