Alejandro Luque – El Correo de Andalucía

Los fantasmas son algo impertinente. Todo el día están recordándole a la gente que hay que morirse». Lo dijo ayer la catalana Sònia Hernández, autora de libros de relatos como Los enfermos erróneos y La propagación del silencio, en el transcurso de las Converses Literàries [Conversaciones Literarias] de Formentor, una cita que este año viene dedicada monográficamente a los espíritus, fantasmas y almas en pena de la literatura. Durante todo el fin de semana, una treintena de destacados escritores abordarán esta materia en el marco menos tenebroso que cabría imaginar, la bahía de Formentor, en Mallorca.

«Estoy con Sònia, a mí me dan mucho miedo», admite Mercedes Abad, autora de La niña gorda, entre otros títulos. «Sin embargo, soy como los niños que no pueden evitar mirar a través de los dedos cuando se tapan los ojos ante algo terrorífico».«Un día, por ejemplo, vi una raya mientras buceaba», prosiguió. «Salí del agua espantada, lógicamente, pero desde la orilla me pregunté, ¿y si no era una raya? Y regresé, aunque era consciente de que hay gente que ha muerto por alguna. El terror nos enfrenta a esas contradicciones. Por eso en estas jornadas he comentado a Henry James, que también usa el miedo a los fantasmas de un modo metafórico. Estamos rodeados de fantasmas ¡y de fantasmones! que también somos nosotros. Es la misma diferencia que hay entre nuestro perfil público y el privado».

Otra invitada, la sevillana Beatriz Rodríguez, cuya novela Cuando éramos ángeles ha tenido una espléndida acogida esta temporada, también cree que hay una lectura de los fantasmas más allá de las representaciones tradicionales. «Nunca me ha interesado, por ejemplo, la literatura gótica, y sí en cambio la parte más realista, por decirlo así, del asunto».

En su intervención, Rodríguez escogió hablar de José Saramago y de su novela Las intermitencias de la muerte, a la que encontró un lejano precursor. «En un cuento popular titulado la tía miseria, los habitantes de un pueblo logran que la muerte deje de matar por un tiempo. Entonces se convierte en una población de viejos eternos donde nadie muere. Saramago toma este argumento y acaba haciendo una lectura política de la muerte, en el modo en que algunos se valen de ella para influir en la gente, para manipularla y ejercer el poder. Por ejemplo, jugando con la moral del miedo», añade.
Presencias cotidianas

Otro andaluz, el granadino Antonio Enrique, comenta que pasó su infancia «en una gran casona de la calle Alhóndiga, donde se decía que los propietarios habían encontrado una orza llena de oro», evoca. A mí me hablaban allí de un duendecillo, El Martinico, que estaba muy presente en nuestra vida diaria. Si algo se te perdía, por ejemplo, es que él lo había escondido. Y mi nodriza me hablaba de la cabalgata, los puntos de luz que se veían de noche, y que eran almas que ya no estaban en este mundo. Además, mi educación sensitiva fue la Alhambra, de modo que lo sobrenatural ha estado presente a lo largo de toda mi vida y de mi obra. Eso aunque me gusta combinarlo con el realismo más atroz y bárbaro. Son los dos polos del pálpito vital».

Roser Amills, mallorquina afincada en Barcelona y autora de títulos como Sé buena o El ecuador de Ulises, quiso abordar la obra de un poeta como Yeats, que le recuerda a las rondallas de su isla que oía de niña. «Yeats habla de lo que le contaban las abuelas sobre seres sobrenaturales, una manera de explicar lo inexplicable», asegura. «Yo de pequeña me preguntaba el porqué de esa tendencia a creer que los fantasmas hacen cosas malas, y Yeats me responde que tal vez los usamos para proyectar nuestros miedos. Él los ve como una condensación, como un destilado de la esencia de saber acumulado. Y piensa que hay que leer sus historias con la ingenuidad de un niño», concluye.

Durante dos intensas jornadas, nombres como Sergio Vila-Sanjuán, Marta Sanz, J. A. González Sainz, Eduardo Lago, Ignacio Vidal-Folch, Gonzalo Celorio, Juan Antonio Masoliver, Aurelio Major, David Rieff o Cristina Fernández Cubas han glosado obras de autores tan diversos como Goethe, Jack London, Bioy Casares, Lord Dunsany, Herman Melville, Nabokov, Juan Goytsolo, Álvaro Cunqueiro, Edgar Allan Poe, Jan Potocki o Platón, siempre sin salir del tema propuesto.

«Lo que más me gusta del mundo de los fantasmas es el modo en que lo fantástico penetra en lo cotidiano», concluye el zaragozano Antón Castro, autor de dos recientes poemarios, El musgo del bosque y Seducción. «En ese sentido, soy muy de Cortázar. Creo que todo el rato vivimos expuestos a esas intromisiones», apostilla

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