En aquellos tiempos publicar un libro era una especie de aventura privada. Nunca pensé en mandar ejemplares a los libreros ni a los críticos. La mayoría los regalé.

Recuerdo uno de mis métodos de distribución. Como había notado que muchas de las personas que iban a las oficinas de Nosotros –una de las revistas literarias más antiguas y prestigiosas de la época– colgaban los sobretodos en el guardarropa, le llevé unos cincuenta ejemplares a Alfredo Bianchi, uno de los directores. Bianchi me miró

asombrado y dijo: “¿Esperás que te venda todos esos libros?” “No –le respondí–. Aunque escribí este libro, no estoy loco. Pensé que podía pedirle que los metiera en los bolsillos de esos sobretodos que están allí colgados.”

Generosamente, Bianchi lo hizo.

Cuando regresé después de un año de ausencia, descubrí que algunos de los habitantes de los sobretodos habían leído mis libros”

Borges

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