EL HOMBRE QUE DUERME

La indiferencia disuelve el mensaje, confunde los signos. Eres paciente, y no esperas, eres libre y no escoges, estás disponible y nada te moviliza. No pides nada, no exiges nada, no impones nada.Oyes sin escuchar nunca, ves sin mirar nunca: las grietas de los techos, las tablas de los parquets, el dibujo de los enlosados, las arrugas alrededor de tus ojos, los árboles, el agua, las piedras, los coches que pasan, las nubes que dibujan en el cielo formas de nubes.

Dejaste de hablar y sólo el silencio te ha respondido. Pero esas palabras, los miles, los millones de palabras que se han atascado en tu garganta, las palabras sin orden, los gritos de alegría, las palabras de amor, las risas idiotas, ¿cuándo las recuperarás?

Tu buhardilla es la más bella de las islas desiertas, y Paris es un desierto que nadie ha atravesado jamás. No necesitas nada aparte de esta calma, este sueño, este silencio, este torpor. Que los días comiencen y que los días terminen, que el tiempo transcurra, que tu boca se cierre, que los músculos de tu nuca, de tu mandíbula, de tu mentón, se relajen por completo, que sólo el subir y bajar de tu caja torácica, los latidos de tu corazón, sigan dando fe de tu paciente supervivencia. No desear ya nada. Esperar, hasta que ya no haya nada que esperar. Deambular, dormir. Dejarte llevar por las multitudes, por las calles. Seguir las cunetas, las rejas, el agua a lo largo de las riberas.Caminar por los muelles, rozar las paredes. Perder el tiempo. Salir de todo proyecto, de toda impaciencia. Estar sin deseo, sin despecho, sin rebeldía. Se presentará a ti, con el paso del tiempo, una vida inmóvil, sin crisis, sin desorden: ninguna aspereza, ningún desequilibrio. Minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día, estación tras estación, algo está por empezar, algo que no terminará jamás: tu vida vegetal, tu vida anulada.

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