Esta pareja fue polémica desde el primer momento por la diferencia de edad, así que ella se quitó cinco años y el se añadió uno en el momento de la boda. Josefina, caribeña de Martinica, de tez morena y bella a pesar de sus cariados dientes, poseía lo que llevaba puesto y era una viuda (un marido, alcohólico y mujeriego, que la había repudiado, y que luego murió en la guillotina) alegre y descarada, madre de 32 años de un chico de catorce años y una hija de doce. Napoleón se enamoró locamente a primera vista. Apasionada y sensual, era tan promiscua que todo el mundo se rió de Napoleón cuando él “quiso pagar por lo que todos obtenían gratis” casándose con ella, que continuó con su estilo de vida frívolo. Se sabe que durante las constantes ausencias militares de Napoleón aprovechó para mantener amantes, lo que a su vez motivó que Napoleón también fuera infiel, incluso con damas de compañía de Josefina. Pero un día todo cambió: la había coronado emperatriz, pero cuando tuvo que escoger entre el amor y la sucesión, Napoleón dejó a Josefina — aficionada a las comprar y poco responsable- argumentando la ausencia de un hijo varón y las infidelidades, informadas por hermanos y amigos, para casarse con una mujer de sangre real, Mª Luisa de Habsburgo, con la tuvo un hijo ese mismo año. Y la suerte del emperador cambió: quizás Josefina le había dado suerte, porque cuatro años más tarde fue enviado al exilio. En el exilio, Napoleón le dijo a un amigo: «verdaderamente amé a mi Josefina, pero no la respeté». La hija de Josefina, Hortensia se casaría con Luis Bonaparte, hermano de Napoleón, en 1802 y es ascendiente directo de las casa reales actuales de Bélgica, Suecia, Dinamarca, Grecia, Noruega, Luxemburgo, Liechtenstein y Mónaco.

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