Sábado, 30 de mayo de 2015
La reunión de tanto trabajo, imaginación, oportunismo y vanidad en forma de libro, tiene un regusto clásico, ajustado a lo que se repetirá en cientos de textos como “cita anual” con la Feria del Libro. Busco la foto más antigua posible de esta Feria en internet. Son de los años treinta, de 1933 para ser exacto. Se indica que las casetas están pintadas de colores, pero el color no había llegado a la imagen y todas aparecen con ese amarillo teñido por el tiempo.

Ese que convirtió Fernando Fernán Gómez en uno de los libros que todos deberíamos comprar aquí. Mientras los madrileños disfrutaban de la novedad literaria donde los escritores se dirigían al público con un micrófono y subidos en una tarima, París recibía a los primeros huidos del nazismo alemán. Uno de ellos, periodista, le haría una biografía a la ciudad que le recibía y donde no le sería nada fácil ganarse la vida. Este año he podido disfrutar de aquella biografía y llevarme la sorpresa de viajar a un París poco frecuentado y muy atractivo. Una cliente joven que habla con acento alemán mueve el dedo por su pantalla, buscando en una lista. Lleva un anillo naranja de plástico que no le pega nada. Apoya su dispositivo en este libro.

¿Has paseado un rato mirando pies? No es necesario ser podófilo para valorar un mundo cambiante. Hay bastante sandalia a causa del tiempo, unos 28 grados. Confirmo el aumento de oferta respecto a lo que se puede hacer en unas uñas. Confirmo que hay pies guapos y feos, musculosos y tirillas, dedos que parecen querer salir cada uno por su lado y otros que se apiñan como un equipo. Me gustaría llevar al lado a Alexandra Horowitz, la colega que ha escrito “Percibir lo extraordinario”, le sacaría más jugo que yo a esto de fijarse.

Para encontrar gente disfrutando de la compra, leyendo, hay que alejarse de la corriente que discurre entre los farallones que forman las casetas alineadas. En el estanque no queda ni una barca para alquilar. Una docena de personas sin libros hacen cola a la espera de poder jugar a navegar; una de las actividades que más gustaba a aquella estrella de Hollywood que atracó un día en Mallorca y se quedó un lustro. Reconozco a una de las personas que hace la cola. Es un periodista de investigación en zonas oscuras. ¿Qué hace aquí? Tal vez haya quedado con el lobo, pero no tendré forma de saberlo porque son muy pocos los que conocen su cara actual, aunque sé que no vive lejos de aquí.

Me entretengo anotando el porcentaje de libros basura, auto ayuda, misticismo acientífico y libros de cocina que hay en media docena de casetas de editoriales populares. Bastante más de la mitad. Tendrán una vida breve, como insectos, y su huella se hundirá en las profundidades de la red. Por ninguno de ellos se dará un paso, y mucho menos una búsqueda tan apasionada y apasionante como las de los renacentistas transformados en viajeros descubridores de palabras perdidas.

Regreso a casa pensando lo de siempre. cuanto leo y que poco me cunde. Me consuelo pensando en una vieja lápida al borde de una vía romana. “Los baños, el amor y el vino me han matado. Pero, baños, amor y vino, son la vida”. Puede que leer no cunda demasiado en muchos sentidos, pero para muchos son la vida.

Carlos López-Tapia

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