Estiró el brazo y su mano tocó la mesita de noche. Tentaleó la superficie de madera animal inquieto y llegó hasta un cuadernillo de notas que guardaba un lápiz perfectamente encajado en su espiral de plástico. Tomó el lápiz y abrió una página en blanco; mientras respiraba pesadamente, escribió una a una las letras de una larga carta a alguien, no importa ahora su nombre, en la que relataba sus dudas, la confusión. Terminaba con una pregunta: “¿Cómo puede una quitarse tanta angustia de encima?”.

Y la respuesta, en otra carta, pero del 23 de abril, no pudo ser más sugerente: “Naces solo, mueres solo y por el camino te pasan cosas. Por fortuna, casi todas las legislaciones prevén un periodo –variable según los países y en función del delito— a partir del cual las faltas prescriben. Entonces pueden ser juzgadas, pero es como si no hubieran sucedido. Pero para eso, para que se conviertan en informes sin valor, historia fácil de archivar, para quitártelo de encima en definitiva, hay que darse tiempo. Dice Heine que Dios creó el mundo en seis días y el último llamó a Goethe y le dijo: haz tú las nubes. O lo que es lo mismo, saca tus conclusiones. Y después escríbelas, cuéntalas, pues el narrador, como el detective o el amante es, en efecto, un fructífero atador de cabos”.

De acuerdo, se dijo Nora. Aunque todo, de momento, continúa igual.

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