Buñuel escribe, en colaboración con Dalí, “Un perro andaluz” en 1929, que rodó con el dinero de su madre -25.000 pesetas, presupuesto que luego aumentó gracias al mecenazgo de los Vizcondes de Noailles- y donde volcó su mundo interior, sus obsesiones y sueños más íntimos, habitualmente relegados al inconsciente. Destaca la escena de las hormigas, que esconde un mensaje velado cuya comprensión resume la fantasía del sexo oral femenino mediante un curioso juego de imágenes: mientras ella mira a su galán, él pierde su boca (que se desdibuja mediante efectos especiales), ella se repinta los labios y a él le crece vello púbico en el rostro, un vello que toma el aspecto de un monte de Venus. Esta clara propuesta de sexo oral, antiburguesa, es rechazada por la protagonista, que con un gesto de asco saca la lengua y huye. Como castigo, mientras cierra la puerta en su huida atrapa la mano llena de hormigas del galán (que representan el deseo).

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