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Si se quisieran representar los lugares donde se puede practicar el sexo, habría que mostrar un mapamundi. Una humilde silla puede servir: cuando Enrique VIII (1491-1547) se enamoró de Ana Bolena (1507-1536), mandó hacer una silla que decía “El dueño de esta silla tiene derecho a un beso de cualquier dama que se siente aquí”. Enrique sentó a Ana en la silla y la besó, y todos los presentes miraron asombrados, pues era su amante. Lo que siguió, como sabemos, cambió el curso de la historia de Inglaterra. Por otro lado, si las paredes del ciertos hoteles hablaran… tendríamos tertulia para rato.

En el anecdotario “El grupo salvaje de Hollywood. Dioses y monstruos”, de Juan Tejero, leemos que durante su visita a España de Errol Flynn, en 1937, se desmayó en el hall de su hotel borracho y completamente desnudo. Fue en el hotel más antiguo de Barcelona, inaugurado en 1842 con el nombre de Fonda de Oriente, aunque en la actualidad ha sido rebautizado como Husa Oriente.

Ernest Hemingway se refugió en el Ritz de París con la joven periodista del ‘New York Times’ Mary Welsh, que terminó siendo su cuarta esposa y para quien el barman del Petit Bar inventó un cóctel a base de vodka y jugo de tomate: el bloody mary. Pero, en ocasiones, hacerlo en una habitación de hotel puede convertirse en trampa, como es el caso de Saul Hudson (1965), conocido como Slash, mítico guitarrista de Guns n´Roses y actualmente en Velvet Revolver, que fue encontrado esposado a la cama de un hotel y la persona que le esposó jamás regresó. No se sabe qué pasó, pero se rumorea que se lo había buscado y fue por venganza.

Y más historias del Chelsea Hotel de Nueva York: Burroughs y Ginsberg tenían veintisiete años cuando ocuparon la habitación 1.017, que daba al patio interior y contaba con una sola cama pequeña, y ahí compartieron todo tipo de aventuras sexuales, cada uno por su lado. Arthur C. Clark escribió “2001: una odisea del espacio” con Stanley Kubrick, ambos encerrados en una habitación. En 1966 Andy Warhol ofició la consagración de aquel antro en templo del malditismo exquisito y erótico con “Chelsea girls”, 214 minutos en blanco y negro lleno de provocadores primeros planos de los personajes más sexies de la bohemia neoyorkina.

 

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