En esta foto estoy “recién curada” de “algo” que tenía sobre/bajo una ceja, y que me permitió descubrir a muy temprana edad lo que es la anestesia, lo que cuesta dormirse del todo… ¡y lo que cuesta despertarse después!

Al final de la intervención, me contaron que habían hurgado “hasta el hueso” para quitarlo todo y por tanto podía quedarme tranquila, pues le enseñaron “eso” a mi madre, no era “malo” y estaba ya a buen recaudo en una botellita. Lo cierto es que yo hubiera querido verlo y guardarlo, pero como tenía apenas once años mi opinión no contaba y a mi madre no le pareció buena idea; pues nada, no me lo pude llevar (a cambio, para consolar mi afán ego-coleccionista, me compraron un bonito anillo plástico que luzco en la foto); en fin, que una parte de mí se quedó por ahí en algún container hospitalario, como cuando las hormigas se llevan los pedacitos de uñas o las zarzas los girones de piel. Ah! además, con esta aventura, como podréis observar, me rediseñaron la ceja: he aquí mi primera gran cicatriz por encima de la rodilla (por debajo ya tenía algunas mucho mejores, por entonces).

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