Mi confusión personal y profesional continuó hasta que hice el segundo gran descubrimiento en un seminario de sexualidad. En mitad de la clase, una mujer que se había presentado a sí misma como miembro de una comunidad religiosa se echó a llorar de repente. Dijo que se sentía excluida porque las demás mujeres hablaban de sus relaciones con otras personas y ella no tenía ninguna. Sin embargo, aquella religiosa también tenía deseos sexuales y encontraba frustrante el hecho de no poder expresarlos porque hacerlo no se habría ajustado a las ideas convencionales. Mientras hablábamos, le pregunté si había podido encontrar alguna forma de afirmar su propia sexualidad: ¿cómo celebraba y expresaba su identidad sexual? Ella sonrió y respondió: “Rezo desnuda”.
ANNE DICKSON EL ESPEJO INTERIOR Plural, Barcelona, 1993
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