Hay donde elegir, como podemos leer en la “Vida de los doce césares” de Suetonio: Tiberio (42 a. C. – 37 d. C.) designó un “intendente de placeres” que durante su retiro en Capri reclutaba a jóvenes que copulaban por turnos ante de él. Les llamaba “mis pececitos”. Augusto (63 a. C.-14 d. C.) proclamaba austeridad de puertas afuera, en privado se dedicaba a desflorar jovencitas vírgenes que su esposa le traía de todas partes. Calígula (12-41) instaló un prostíbulo en palacio –se había enamorado de una prostituta– y se lucró con dicha actividad; también se acostó con su hermana y en una boda de dos súbditos violó al novio y a la novia. A Nerón (37- 68) le gustaban las orgías e hizo castrar a un amante, le vistió de mujer y se casó con él, tras matar a patadas a su esposa, Popea, para no tener que divorciarse. Claudio (10 a .C.- 54 d. C.) era adicto a las profesionales y cuando llegó al poder sus más estrechas consejeras fueron dos prostitutas, aunque todos sus amantes -esposas, libertos y favoritas- desempeñaron un papel activo en su gobierno. Entre las mujeres destaca el furor sexual y la vida licenciosa de la emperatriz romana Mesalina (25-48 d. C.), esposa de Claudio, que se empeñó en ganar un concurso tras batirse con la más famosa prostituta de Roma a fin de establecer cuál era capaz de mantener más relaciones sexuales seguidas. Ganó. Por otro lado, algunos contemporáneos buscaron soluciones, como el práctico poeta Ovidio (43 a. C. -17 d. C.), que estuvo con un gran número de mujeres casadas, y aconsejaba: “Si tu mujer descubre tu infidelidad, ¡niégalo obstinadamente! Y después, hazle el amor con pasión: de tu desempeño sexual con tu esposa depende reconciliarte, un buen servicio conyugal le mostrará que no has disfrutado de otra”.

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