En “La sociedad romana en Séneca”, Elena Conde Guerri cuenta que uno de los detalles definitivos que resumía el exibicionismo en Roma era el uso de la túnica de seda transparente entre los hombres, a pesar de la prohibición de Tiberio de vestirlas, pues los que las llevaban vivían según él “contra naturam” por ser un tejido propio de mujeres. Pero los nobles eran coquetos, lo que les conducía a lucir todo tipo de novedades y exquisiteces por narcisismo y exibicionismo, un juego estético y sexual del que estaban excluídas las mujeres. En los foros romanos podían encontrarse hombres vestidos así y con las manos recargadas de gemas y piedras preciosas, que se dirigían a la cabeza para componer los cabellos. Cuando se les hablaba, respondan con meliflua entonación y ojos entornados. “No un peine, sino varios habrían bastado para atusar su peinado y la disposición particular de su bigote y barba”, denunciaba Tiberio, que no sabemos por qué se sentía tan turbado. Algunos, los menos, no llevaban barba; otros, mostraban zonas de su barba depiladas, con lo que lucían una forma original. El término intervello, derivado de volsus o pinza para depilar, indica este procedimiento depilatorio, no afeitado.

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