Tiempo de Eros
Por Roser Amills, julio 2011 (publicado en la revista Barcarola, noviembre 2012)
“El profeta dijo: “Señor, tú dices uno y yo entiendo dos.”
Meister Eckhart
Sobre “Tiempo de Quimera”, Antonio Beneyto, (Zaragoza, Biblioteca Golpe de Dados 28, Libros del Innombrable, 2001) Prólogo de Jaime D. Parra
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“Le dije que mi número preferido era el once y que nos encontrábamos otra vez en domingo y once. Para ella su número predilecto era el siete, aunque también sentía el placer cuando la rozaba un capicúa; cuando mi lengua lamía con suavidad una y mil veces los dedos de sus pies y los labios rojizos y húmedos de su coño. Era entonces la hora de excitarse y de sentir el cosquilleo a través de la piel; y también de ver erizarse el vello de la pelvis… y compartir los placeres, los frutos de la carne con delicada naturalidad.”
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“La miel es más dulce que la sangre me hace reflexionar en este nuevo miércoles y once (oh, mi número, cómo nos persigue, kochanie).
Entretanto, tú y yo, reencontrándonos con el bombón de licor entre los labios, y con tus senos erectos al aire (mis labios los absorben, los cautivan, y mi lengua percibe el dulce sabor, deleitándose, deleitándote.) ¡Cuánto amor, cuánto amor, kochanie! Hasta que el maldito tiempo nos deja su herida con los ojos pegados, con los cuerpos también pegados (y empalmados) y con la despedida a la isla, tu isla, mi isla, nuestra isla. El viaje, tu viaje.”
roser amills merienda mágica en el estudio de Antonio Beneyto - 397796824143
¡Cuánto nos gusta que nos follen con la imaginación!
Beneyto es surrealista, postista y sobre todo muy Beneyto cuando dibuja, cuando escribe, cuando esculpe, cuando pinta, cuando toma la palabra. Y erótico. Es un susurrador de invitaciones a saltar por encima de los prejuicios, un defensor vocacional de la descripción pura y simple de los placeres carnales. Del cuerpo.
Más aún. Como proclamaba el “Primer anuncio del postismo al mundo”, publicado en la revista “Postismo” en 1945, este movimiento “es una herencia inmediata e inevitable de los demás movimientos que se han dado en llamar ismos […] Por eso se llama postismo, es decir, el ismo que viene después de los otros ismos.” Un ismo que no es inventado sino descubierto, como subrayan los buenos postistas, para los que “existe involuntariamente y espontáneamente, va en el aire y fecunda la opinión”. Y como proclamaba el “Segundo manifiesto postista”, “queremos retornar como punto de partida allá donde se interrumpió el cubismo, y llegar a donde los cubistas no pudieron llegar”.
Beneyto tiene en común con el postismo y el surrealismo que está abierto a los hallazgos del inconsciente, que luego son manipulados por su arte, pero es sobre todo un perfecto intérprete de sus mejores dos instrumento: la imaginación real y la realidad imaginaria.
Podemos afirmar que “Tiempo de Quimera” es Antonio Beneyto y también un libro sobre sexo, sobre sexualidad y su relación imposible con la realidad convencional que vivimos: la de la libertad, la ingenuidad, la pureza y la bondad de las pulsiones naturales cuando están regidas por lo prohibido, y cómo esto afecta a nuestras vidas. Como bien escribe Jaime D. Parra en el prólogo, nos encontramos en este libro con “El cuerpo como festín de placeres, sin más, libre de ataduras”.
Pero hay más. Beneyto sabe bien que para librarnos de las ataduras primero tendremos que conocerlas, tantearlas. Reconocer de entrada que no somos libres, que venimos de muchos siglos de represíón –a él le tocó vivir la del franquismo, buen ejemplo de la fuerza de ciertas cadenas- sino que poseemos una pulsión natural a querer serlo pase lo que pase, algo que Beneyto no deja mirar de frente un instante, en este libro que transcurre  entre “cuatro paredes prestadas y nosotros en el centro”.
Lo observa todo, cierra los ojos y lo sueña, lo digiere a ratos y lo cuenta mediante las herramientas de que dispone: su rico léxico para el sexo –que va del inventario a la invención-, el talante estrambótico, festivo y burlón, su capacidad para partir del juego -sólo en apariencia intrascendente- hacia cualquier parte, su profundo conocimiento de los resortes de la mujer y del hombre cuando pretenden bailar juntos la danza del sexo, de los cuerpos, de la realidad.
Todo esto, yuxtapuesto, es un coro que canta a viva voz que hemos nacido del amor y la diversión pero que luego, si no tenemos cuidado, tendemos a dejarnos aburrir con lo que sea: con nuestros miedos, con las convenciones sociales siempre tan cobardes, con un empacho cualquiera de realidad y las marranas sombras que nos anulan.
Hay que cantarlo todo. Como cantan los testigos en un juicio. Sólo que aquí no hay juicio ni prejuicio que valgan.  Aquí hay declaraciones de amor, olores, revolcones, turbación, búsqueda, recuerdos y autoconocimiento. A granel.
Y para expresar todo esto, que no es poco, en tan pocas páginas –“Tiempo de Quimera ocupa 75- las palabras concurren con delicados y sugerentes dibujos del autor, una mesurada o desmesurada sintaxis alógica –según se mire-, rupturas temporales, enumeraciones caóticas de preguntas, de versos, de citas, de flujos, de cosquilleos.
Todos estos elementos, en su avance imparable hasta la última página,sacan a la luz como una excavadora urbana cuanto hay de verdadero y de falso en la unión de dos cuerpos con todo al aire y, lo que resulta más significativo, en la locura inventada por una relación amorosa y pasional cualquiera, en todo aquello que no solemos mirar cuando nos sentamos al banquete de las sensaciones.
“Tiempo de Quimera” es un festín al que el lector está invitado, desde la primera página, a participar. Desde la representación crítica y emancipadora de la realidad nuestra de cada día que nunca es tan real como nos gustaría hasta el fondo de la suprema hermosura sin nadie, sin nada, que todos contenemos.
Él cuenta lo que ve y se encargan del resto las raíces surrealistas y postistas del escritor que reverberan por todas partes. Como su estado de ánimo, su forma de ser y de expresarse, su capacidad para quitarse de encima pesos superfluos heredados. Todos estos elementos, pues, son aprovechados al máximo y luego reducidos a espoletas siempre a punto de estallar: vemos, gracias a su traducción plástica y literaria de cuanto distingue, cómo de encuentro en encuentro con la protagonista, Airún, los objetos cotidianos transportan, cada uno, una obra de arte hacia nosotros que nos increpa, que busca rebelarse contra lo establecido.
Viajamos, con beneyto y sus páginas, desde la risa a la contradicción, desde el mundo que conocíamos o creíamos conocer al mundo al revés que ya quisiéramos, nos enerva en todos los sentidos de la palabra con sus palabras en libertad, con los caprichos del azar que tan bien seduce e incluso enamora para hacerlos suyos como si él mismo los hubiera inventado –los números, los encuentros, las palabras que no venían a cuento-, con un factor sorpresa perenne que envuelve cada fragmento y que nos azuza a saltar al siguiente sin pensárnoslo mucho. Libera al lector, por un rato, de los elementos sensoriales del mundo exterior.  Y qué bien sienta.
Por otro lado, debemos señalar que lo que sucede en estas páginas no es inventado. Porque Beneyto vive lo que imagina e imagina cuanto vive, argumentando siempre sus particulares revulsivos neológicos y sus ganas de vivirlo todo con plenitud. No crea un mundo que no existe, no, sino que nos muestra el que existe para él con desinhibida sinceridad.
Lo apela todo por su nombre, juega al morbo natural, al morbo nuestro de cada día para ayudarnos a ver lo que hay debajo, detrás, por dentro: “Cuando dos amantes se abrazan se convierten en transparentes”. Por su imaginación, por su humor y por su relación, estrechísima, con la brujería postista, el autor excede con creces el estricto argumento de su historia y progresa desde la ingeniosidad verbal a lo profundo y más allá, a lo íntimo, al mestizaje de lo erudito con lo bárbaro, de lo sublime con lo grotesco, para finalmente estallar la realidad científica y conscientemente.
Y estallamos nosotros en toda esa gloria: la de alcanzar un estado de lucidez suficiente como para mirarse dentro del libro directamente el ombligo de la historia que se nos quiere contar, de la rebeldía y el compromiso para aunar el mundo real con el imaginario del artista.Así, logra que la protagonista pase de cuerpo a espíritu sin necesidad de sermones ni aburridas teorías metafísicas, nos lleva del presente a lo intemporal con juegos como el de que Airun lea “Tiempo de Quimera” desde dentro de “Tiempo de Quimera”, coyuntura de espejos, punto de inflexión que aboca al lector a olvidarse de sí mismo en un regodeo cada vez más íntimo y erecto.
Hasta que Airun aparece tocando las páginas del libro que se está escribiendo “en tiempo real”, tocando al autor por todas partes, tocando al lector cuando menos se lo espera, tocando el arte en sí y las cuerdas de cada ser místico, idílico, sexual y libre que busca liberarse de ataduras innecesarias leyéndose con ella, con Beneyto, y sobre todo con esto tan simple que no sabíamos que sabíamos en mente y que ya de por sí es toda una enseñanza vital: lo mucho que nos gusta que nos follen con la imaginación.

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