Estudió Filosofía, vagabundeó, estudió ocultismo, abrió una agencia de publicidad en Georgia, se casó… Hijo de un pastor luterano, ya de niño tenía fantasías repletas de mujeres encadenadas y años más tarde, en su autobiografía “No Hiding Place”, recuerda su sueño-visión infantil favorita, en el que su abuela, una encantadora dama, le lleva a un bosque: “Una alfombra de terciopelo rojo se extendía hasta un enorme trono en el que se sentaba una chica vestida con una túnica verde, con pelo cobrizo rizado y zuecos de oro en los pies. Sus altos tacones dorados descansaban sobre un taburete de cuero, y dos diademas de brillante metal unidas por una cadena de hierro resplandeciente ataban sus muslos. Sonrió y levantó una mano para darnos la bienvenida. Rodeando y uniendo sus muñecas había otras relucientes cadenas que tintineaban como campanillas. Mi abuela soltó mi mano, y me adelanté solo para sentarme en el taburete de cuero y rodear las rodillas de la señorita con mis brazos. Ella apretó gentilmente mi cabeza contra sus rodillas y me acarició el pelo. Guió mis manos sobre los suaves pliegues de seda hacia sus pies encadenados, y las dejó allí hasta que yo mismo sostuve las cadenas con las manos y las apreté más fuerte. Estaba temblando de felicidad. Me aferré a sus pies, miré hacia sus ojos verdes con destellos dorados y apreté mi cara contra sus muñecas, alzadas y extendidas como en una bendición. Esta visión fue mi sueño más profundo hecho realidad; fue la llave a mi necesidad oculta, fue mi deseo supremo concedido.”
Se casó tres veces, y con todas sus esposas compartió su gusto por el fetichismo, a veces recíproco. No se molestó nunca en ocultar sus fantasías y hay una fotografía que le tomó Man Ray a la mujer de Seabrook, Marjorie, adornada con un aparatoso collar, que le había regalado William, con remaches y que le mantenía el cuello erguido y con movimientos limitados.