“Mirarnos. Ver un espejo y reconstruir la mirada de nuestro ser. Decirnos: ese soy yo. ¿Cuál era afán de Van Gogh que motivó tantos autorretratos? ¿Cuál era la causa de tal insistencia? Rembrandt también fue un obsesivo. Y Darío Morales, al final de sus días. Hacerse una serie de autorretratos. ¿Para que? ¿Qué hay de diferente en nuestro rostro de un día a otro, de un mes a otro mes? Qué hay de distinto, para que pueda ser mirado. Quizás la mirada más compleja, la mirada que muy pocos podemos proponemos como tarea sea la de indagar el lento cambio de nuestro rostro. Su aparición y desmoronamiento. Un rostro es un paisaje. Y, al igual que la naturaleza, va asumiendo nuevos pliegues, nuevas manifestaciones. Nuestro rostro cambia como varía la tierra, imperceptiblemente. Nuestro rostro es otra geografía: invisible. De allí que la insistencia en el autorretrato sea el oficio de aquellos trabajadores del mirar, de los topógrafos, de lo orógrafos del tiempo. Recordémoslo: ese rostro que vemos igual cada día no es el rostro de ayer, ni mucho menos el rostro de mañana. Repitámoslo: más allá del ver está el mirar?, más allá del espejo está el tiempo. José Luis Cuevas hace un autorretrato y José Emilio Pachecho le canta: “aquí me miro ajeno me desdoblo / para mirarme como miro a otro / lentamente mis ojos desde dentro / miran con otros ojos la mirada / que se traduce en líneas y en espacios. Mi desolado tema es ver qué hace la vida / con la materia humana / cómo el tiempo / que es invisible / va encamando espeso / y escribiendo su historia inapelable / en la página blanca que es el rostro…”

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