La web 2.0 ha cambiado nuestra manera de relacionarnos, de producir y consumir información, de adquirir y propagar conocimiento. Y uno de los fenómenos que más ha despertado las fantasías feministas de emancipación digital ha sido, lógicamente, el de la blogosfera, de la que nos hemos apropiado con voracidad para compartir experiencias, crearnos redes de apoyo mutuo, visibilizarnos unas a otras y, sobre todo, soñar con la posibilidad de una revolución que siempre nos decepciona. No es cierto que en el cerebro colectivo haya sitio para todo el mundo. Cuando la libertad de expresión convive, como ahora, con una suplantación de la vida pública por formas más o menos atractivas de exhibicionismo hiper-real, es sólo una estrategia de despiste.