Prefería las fantasías de violación, en todas sus variantes. Pasó su infancia acomplejado por una enfermedad en la piel que hacía que le brotaran erupciones constantemente y habría de marcarle el rostro de por vida, por lo que fue un tímido empedernido que nunca se atrevía a confesar sus deseos a las chicas que le inspiraban.
En el cuento titulado “Quince centímetros” expresa el miedo a ser violado por una mujer: el protagonista entabla relación con una hermosa mujer y todo va bien hasta el día en que advierte que su ropa parece quedarle cada vez más grande.
Pierde peso hasta que sus zapatos adquieren el tamaño de una bañera y tiene que beber cerveza con un dedal. Cuando llega a quince centímetros, la bruja le coge del cuello y le sumerge en el pozo de su deseo, ahogándole en un abrazo genital. Cuando por fin le suelta, él escapa en busca de un arma con la que defenderse: un alfiler de sombrero que le clava, a modo de espada. Se alimenta de la comida del gato de la vecina hasta que consigue recuperar su estatura.
Otro ejemplo similar lo encontramos en “Mujeres”, una de las más aclamadas novelas de Bukowski, su alter ego Henry Chinaski, el viejo indecente insiste de nuevo sobre este tema, el miedo a ser violentado por ellas: «Las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí. Básicamente deseaba prostitutas porque eran duras, sin esperanzas, y no pedían nada personal. Nada se perdía cuando ellas se iban. Pero al mismo tiempo soñaba con una mujer buena y cariñosa, a pesar de lo que me pudiera costar. De cualquier manera estaba perdido.»