La ficción siempre ha sido una herramienta poderosa para consagrar a personajes célebres; ahora, además, se percibe en los novelistas la voluntad de recuperar a personajes olvidados o maltratados • Los novelistas saben que la tarea histórica y ensayística es insustituible, pero defienden que la ficción puede llegar a más personas, ser más eficaz para incitar la curiosidad y el debate

Por Eva Orúe
Publicado el 09/11/2020 en infolibre.com

¿Qué sabemos del Cid Campeador? Los más mayores, lo que el anónimo autor del Cantar quiso contarnos; los jóvenes, quizá lo que Arturo Pérez Reverte ha querido contarles. «En Sidi cuento una historia a mi manera ―explicó el autor―. Me he traído a El Cid a mi territorio. Por eso si de El Cid conocemos un 20% de historia real probada y un 80 por ciento de historia que es leyenda, lo que he hecho ha sido utilizar de ambas, con la libertad del novelista, aquellos elementos que me son útiles para contar mi historia». Sí, la de Rodrigo Díaz de Vivar es una biografía a caballo entre la realidad y la ficción, y la ficción es una herramienta poderosa para fijar en el tablón de la historia a personajes que, de otra manera, habrían pasado más desapercibidos. Cierto, dejar la tarea en manos de fabuladores tiene sus riesgos, porque suelen ejercer la libertad del novelista a la que apela Pérez Reverte. Y hacen bien. Y siempre ha sido así.

Sucede que, en tiempos recientes, una percibe en los novelistas la voluntad expresa de recuperar a personajes maltratados por la historia. No hablamos de más biografías noveladas tipo Vida de Manolo, de Josep Pla, biografías que, «gracias al bypass de la literaturización del relato histórico» (por utilizar la expresión de Jordi Amat en el prólogo de la obra del ampurdanés), estuvieron tan de moda. Es eso, pero es más porque no hablamos de novelas construidas a partir de una conversación con el protagonista, sino de obras protagonizadas por personajes de los que apenas se sabe, y que hay que completar con la imaginación, o que han quedado sepultados por razones diversas (desidia, injusticia), y cuya fama pretenden restaurar.

«Yo soy un espontáneo de la investigación, no tengo la constancia suficiente ni la obsesión como para dedicar toda la vida a un asunto: soy curioso de muchas cosas», ha afirmado Juan Bonilla, que acaba de conseguir con Totalidad sexual del cosmos el Premio Nacional de Narrativa. Bonilla entiende que su trabajo se enmarca en un empeño muy de nuestro tiempo: rescatar a mujeres maltratadas por la historia. «En este caso es obvio, Olin pertenece a ese grupo de mujeres que sencillamente no tenían el lugar que se merecían y, curiosamente, en el tiempo en el que vivieron fueron personas muy reconocidas y valoradas. No tengo ningún problema en que (esta obra) se añada a esa corriente».

Olvidadas

En ocasiones, esas mujeres excepcionales pasan inadvertidas porque su peripecia nos ha llegado ensombrecida por la de algún gran hombre cuya vida compartieron. Roser Amills se remonta en el tiempo, a sus 19 años, para recordar el momento en el que se apasionó por el filósofo Walter Benjamin. Le llamó la atención que se diera por hecho en muchos libros sobre Benjamin que las mujeres con las que se relacionó sentimentalmente eran simples amantes, sin importancia ni trascendencia sobre su obra. Allí está la semilla de Asja. «Más de veinte años después he tenido la seguridad en mí misma y la sabiduría para contarle al mundo la historia de una de esas mujeres ninguneadas: argumento y demuestro que esta dramaturga y traductora fue la que ayudó a Benjamin y trabajó a cuatro manos con él, así que de amante, nada, en todo caso una pensadora de alto nivel que además tuvo una relación sentimental, ambos en igualdad en todos los aspectos».

Es una tarea que también ha afrontado Baltasar Magro. «María Blanchard era una artista desdibujada entre los genios que poblaban París en el primer tercio del pasado siglo. La ausencia de estudios e investigaciones sobre ella son responsables, en gran medida, de esa injusta situación». Magro, que además de periodista y escritor es licenciado en Historia del Arte, acaba de publicar María Blanchard. Como una sombra. «Conocí, en su día, que algunos cuadros suyos se atribuían a otros artistas de mayor cotización, me pareció una auténtica vergüenza y quise ahondar en lo ocurrido con esta artista. A medida que avanzaba en su estudio puse en marcha una curiosa encuesta entre personas cercanas, para mi sorpresa comprobé que era una desconocida, esto me animó a contar su historia, la de una artista genial, la más grande que ha habido en España en opinión de Ramón Gómez de la Serna, entre otros».

Amills ha necesitado y podido investigar para sacar a la luz a la intelectual que fue Asja Lacis; otras veces, la pesquisa es imposible. «Conocí a Artemisia de Halicarnaso al leer a Heródoto, y me atrajo lo mismo que a él: que se alistara para la guerra sin obligación, ‘impulsada por su bravura y arrojo’, y que la flotilla que dirigía destacara entre la élite de la armada persa», explica Sebastián Roa, autor de Némesis, que como escritor, jugó con la inexistencia de datos fidedignos: «Luego está el potencial literario: ¿cómo llegó esa mujer a convertirse en líder político y militar, una de las principales consejeras del gran rey persa?».

Pero no sólo mujeres, claro, los novelistas también recuperan historias bien varoniles. «Me lo encontré en el libro Saladino de Geneviève Chauvel. Caray, me dije, ¿un español participa en las Cruzadas, llega a entrevistarse con el mítico sultán, al que incluso derrota en dos ocasiones, y no le conoce nadie? ¿Cómo es posible? Pues esto hay que arreglarlo. Sujétame la menta-poleo». Javier Lorenzo supo de Sancho Martín por casualidad, pero el personaje le encantó, y de ese hechizo nació El Caballero Verde, con la que obtuvo el Premio Logroño de Novela y con la que pretende («además de vender muchísimos libros») dar a conocer al gran público a «otro náufrago de nuestra apasionante historia y, a la vez, recrear un universo y unos personajes que atrapen al lector de las solapas. Hoy no podremos viajar físicamente, pero gracias a los libros aún podemos viajar en el tiempo».


Retengan el concepto «gran público», o cámbienlo por «público en general». Porque esa es la clave. «Los profesionales del arte saben quién es Blanchard. Es el público en general el que necesita ser estimulado para interesarse por ella». Magro sabe que un ensayo riguroso con la aportación de documentos que se guardan en archivos privados, y que no han salido a la luz, ayudaría a solucionar las lagunas existentes sobre su vida, eliminaría algunos de los enigmas que la rodean. «Pero una novela tiene un valor añadido: puede llegar a más personas, ser más eficaz para incitar la curiosidad y el debate».
Los novelistas son conscientes del potencial del arma que manejan, la ficción; también de sus limitaciones. «No sé si es la mejor manera de hacer justicia, pero sí la única a la que tengo acceso», admite Roa quien, de todos modos, más que hacer justicia histórica, se marca metas de tipo literario. «Me he esforzado por crear un nuevo arquetipo de heroína, algo que no se quede en un momento perdido hace 2500 años. Si mi Artemisia cobra vida hoy, le hace justicia a la Artemisia del siglo V a. C., y a lo mejor a otras Artemisias a lo largo del tiempo».
En cualquier caso, una novela «es un primer paso muy válido»; más aún, cree Roser Amills, cuando se escribe como «una reivindicación argumentada»: los hechos bien contados «hablan por sí mismos, simplemente nadie se había entretenido en poner orden e investigar, por dejadez y por prejuicios por ser mujer». Pero la misión estaría incompleta si nadie tomara el relevo. Por eso, Amills espera «que sirva, y así me consta que ha empezado a suceder, para que nuevas generaciones de académicos se encarguen de elaborar e investigar ensayos, tesis y todo lo que pueda ayudar a terminar de darle el lugar que le corresponde».

¿Y qué lugar es ese? «El que le corresponde. Ni más ni menos», contesta Lorenzo. «Sancho Martín: un hombre anónimo, hijo de esta atribulada tierra que cruzó el Mediterráneo para ganarse a pulso, con valor y astucia, un hueco en uno de los episodios más señalados de la humanidad. Y a fe mía que lo logró.»
«El de una pionera», afirma Roa refiriéndose a Artemisia. «Es la primera mujer que destaca política y militarmente en la primera crónica que podemos calificar de histórica. No hablo de referencias antiguas y de imposible comprobación, sino de una obra escrita por un coetáneo que, muy probablemente, la conoció, ya que ambos eran paisanos. Historiográficamente, ese es un hito que no se ha subrayado lo suficiente. Y luego está su participación en el consejo de Jerjes. Pocos saben que nuestra civilización es lo que es porque el rey de Persia no siguió los consejos de una mujer. Para bien o para mal.»

También se adelantó a su tiempo (en un momento, un ambiente y un terreno bien distintos) Asja Lacis, a la que Amills atribuye una gran conciencia social. «Trabajó con Benjamin para que sus planteamientos académicos llegaran a la gente, a la calle, a la sociedad. La filosofía de la modernidad le debe este reconocimiento. Y una disculpa por haberla ninguneado por el simple hecho de ser mujer».

Si de disculpas se trata, preparen una para Blanchard. «Hay que recordar que la exposición de alguna de sus obras, como La Comulgante (hoy en el Reina Sofía), supuso en París toda una conmoción y el aplauso general. Que en el año 1919 se celebró su primera exposición monográfica en París con gran éxito. En España se tardó 60 años en hacer una dedicada a ella, y el Reina Sofía casi 95 años». Magro no duda: le corresponde el lugar que tuvo en vida, «reconocida y valorada como una gran artista que intervino en primera línea para la renovación del arte».


¿Punto y final?
Los novelistas han hecho su tarea, han llegado hasta donde han podido. Para completar el trabajo de reparación, entren en escena historiadores y críticos. Queda tarea.

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