Antonio Beneyto en Barcarola, noviembre 2012

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Diario de un artista suicida

Antonio Beneyto

Fragmento en Polonia

(Manuscrito sin corregir y sin censura)

Martes 26-IX-1989

Estoy decidido a afeitarme con jabón y cuchilla y darme una ducha, cuando me doy cuenta que no hay agua. Por mucho que abra una vez y otra la llave del grifo el agua no llega en este momento al decimoquinto piso.¡Qué lata! Decido afeitarme con la máquina eléctrica y ya me asearé más tarde en casa de María Teresa. La primera contrariedad: espero y deseo no lleguen más.
Sin embargo, la segunda contrariedad llegó al medio día: vamos a la imprenta María Teresa y yo y el jefe no estaba. Hay que volver mañana. ¡Mierda pura!
Tomo café con María Teresa en el Kawiarnia Europejska.
Me encuentro con Magdalena en el Restaurante Basiliski. No está sola. La acompañan Franco, no el general cabrón que ya está bien muerto y bajo una losa, sino un venezolano que hace teatro con ella, y Gregoris, su actual novio. Nos vamos a charlar al Klub Literatir. Magdalena está muy contenta de verme. Franco nos sirve de intérprete porque ya olvidé mi pobre polaco y ella no estudió nada el español. Pero nos vamos enterando tanto cuando ella habla en polaco como yo en español. El que está fuera de juego es Gregorio, su novio actual.
Hemos almorzado juntos y ya cerca de las 6h me han acompañado al café donde quedé con Krystyna Rodowska. Ya no estaba. Se había ido. Otra contrariedad de la jornada. Esto me pone un poco triste. Regreso al apartamento y compruebo si hay agua. Nada. La cañería seca. Decido escribir el diario, y esto estoy haciendo, entre tarde-noche.
Aquí lo dejo. El ventanal está abierto y el ruido feroz de los coches me llega insistentemente. ¡Joder! Tal vez siga más tarde. Sí, aquí lo dejo.
Sigo. Casi medianoche. Estuve con Margenas para explicarle la contrariedad del agua. ¿El agua se contraría? Creo que no, pienso. Ella tampoco ha sabido qué decirme. Conozco a su niño, Antoni, ¡muy hermoso, como ella!
Marzena es cálida. Su niño también. Juego con él, con el niño, un rato. Se quiere meter en la nevera. Una y otra vez lo intenta, pero es obvio, él es muy grande o quizás la nevera es muy pequeñita. No ha podido demostrármelo. Marzena me invita a que regrese, más tarde, cuando el niño se duerma, y que me duche, me lave bien en su baño que yo tan bien conozco.
No he ido; desde una cabina telefónica he intentado hablar con Krystyna (la que fue pintora) digo que lo fue porque ahora se dedica al alma y dejó de pintar, de crear sus monstruos. Dice que ella no creaba los monstruos, que era su demonio. Ahora, parece que ya no lo lleva dentro al horroroso demonio. No puedo hablar con ella. La cabina no funciona. ¡Ay! ¡Joder! ¡Jolera! Pronunciado en polaco. ¡Ay! Otra vez.

Miércoles 27-IX-1989

Me levanté en la madrugada para ver si había agua. Todo seguía igual: seco. Vuelvo a dormirme en este apartamento casi deshabitado. Digo casi, porque estoy yo en él. Porque me siento y no quiero que me impresionen y preocupen las pequeñas cosas. Las cotidianas, aunque sé son de significativa importancia para la mayoría de los seres. También para mí.
Me volví a levantar, pero ahora a un tiempo más normal, a las 8h. El tibio sol comenzaba a entrar por los ventanales, que atraviesan de lado a lado la amplia sala donde cae mi cuerpo a descansar en estos días primeros de mi estancia en Polonia, en Warszawa. Me entretengo en mis pensamientos, en mi soledad. En mi castidad, en mi celibato temporal, en ese entretenimiento o tal vez juego que realizo con mi mente. ¡Ay!
Y vuelvo a exclamar, dulce, apaciguadamente, como si de una cohorte de damas se tratara. ¡Las cañerías aún secas!
Decido salir a la calle (¿desnudo o vestido?) lo más pulcro que me es posible. Que la gente no note que mi cohorte de damas está seca, ¡ay! Quiero decir que por las cañerías no corre ese precioso líquido incoloro que conocemos por agua; pero ahora que pienso como el líquido es incoloro pasaré desapercibido del resto de los ciudadanos. Así pues, salgo tranquilo a la calle. Y verdaderamente, tal como pensé, nadie se da cuenta de mi presencia. ¡Qué hermosura!
En la central telefónica intento hablar con Jadwiga Kowieczna, de Krakow, pero la funcionaria me dice que no está, que nadie contesta en su casa. Lo dejo estar. Me devuelve el dinero que pagué por los 3 primeros minutos. Y yo solito, sin la ayuda de ninguna kobieta me marcho a otro teléfono a llamar a Krystyna (la que fue pintora). Y hablo con ella, entre frases en polaco y castellano. Quedamos en vernos, en volver a dibujar juntos los demonios, a cepillarnos las uñas de los dedos de los pies, a mirarnos, ella a través de sus lentes de miope, y yo a través de mis ojos verdes-marrón. ¡Qué gilipollez!
Desayuno en la Kawiarnia de Nuevo Mundo, que ahora no recuerdo cómo se escribe en polaco, y que sin embargo me gusta mucho el sonido que tiene al decir en alto estas dos palabras: Nuevo Mundo, pero en polaco. Puta mierda. Hermosa mierda del sonido de las vocales.
Con el gran coche de mis amigos vamos de un lado a otro de la ciudad. Primero a la imprenta. A ver qué hacemos para mi exposición de Warszawa. No hay tiempo para hacer nada delicado y decido por editar dos postales con obras diferentes de Mediterráneo. Luego a la tienda-bar del japonés Marica. Nos encontramos con los preparativos de un pase de modelos. Por aquel subterráneo hediondo de humedad pasean o entrecruzan sus largas piernas las modelos, los modelos. Qué bellos, qué bellas, estos chicos, estas chicas que se divierten paseando sus espigados cuerpos. Cuando los michelines y las arrugas aparezcan ¿qué harán estos estrechos de mente?
Aprovecho que mis amigos me invitan a almorzar para darme un baño, ya que sus cañerías no están secas. Qué placer he sentido cuando el líquido (agua polaca) espumoso se resbalaba por todo mi cuerpo. ¡Qué calor y qué orgasmo más placentero!
La siesta, la siesta polaca en el jergón de castidad que me buscaron y que yo complacido admití. En él dormí mi siesta polaca. En él soñé ese encuentro que ahora escribo en la Kawiarquia de todos mis días polacos: ; no sé si fue sueño o realidad.
¿Cuándo soñamos? Cuándo dormimos o cuándo vamos caminando tranquilamente por su jardín o bajando más escaleras de mármol, sí de mármol, esa piedra tan noble que a mí me gustaría trabajar algún día. O acaso al pedirle a la camarera un Torcik de 100 gramos que en la carta del menú marca el precio de 966 Zl y en la nota que me hace la camarera me reseña 948 Zl. Porque la Kawiarka Novy Swiat(Nuevo Mundo) y su camarera se comportan de tal manera. No será esto verdaderamente el sueño de mi siesta. Dudo tanto cuando estoy en la vida. Vivo tanto cuando estoy durmiendo mi siesta polaca, que hasta me encuentro por el hotel millonario de Warszawa a los jugadores del Barcelona Club de Fútbol y les deseo suerte para que ganen al equipo de Warszawa, el Lieja. Sí, allí está ese rubio holandés de potente disparo; Roberto, que lo veo ausente de su apellido Alcazar y de su inseparable amigo Pedrín, pero él estará siempre batallador, y correrá kilómetros y kilómetros por el campo y estará dispuesto a rematar de cabeza a todos los cornés que sean necesarios o las faltas cercanas al área enemiga. Qué gran estratega este Roberto sin su habitual apellido y su amigo Pedrín. Salinas, siempre peleón… ah, y defendiendo la puerta el humanista y vasco Zubizarreta… Por allí, por los corredores del hotel millonario y de más lujo en estos momentos; y mientras, su amigo el arquitecto me va mostrando los rincones y los espacios del hotel, ellos los jugadores del Barça ya están en el restaurante degustando el menú especial que les cocinó su cocinero que llegó con ellos de Barcelona. Pero todo esto lo soñé en mi siesta polaca o lo recordé mientras paseaba por Nowy Swiat. No lo sé, verdaderamente. Lo que sí sé es mi nuevo encuentro con Marzena y su niñito Antoni y su excompañero Agustín que acaba de llegar de viaje. El niño en seguida me pide que le haga desaparecer el cuchillo y que luego aparezca entre los cabellos de su madre. Y le cuento a Marzena la sequedad de mis tuberías y si ella sabe cómo solucionarlo. ¡Ay! Yo creo que sabría con esa sensibilidad que la rodea. Con la energía interior que posee. ¡Ay! Ya lo creo.

Jueves 28-IX-1989

Ayer me quedé sin tinta y hoy tuve que buscar atrament: buscar, siempre buscar en esta vida, y aquí en Polonia hacer cola en la papelería y por esto mis líneas últimas de ayer están escritas con bolígrafo rojo que por la fuerza levantaba la hoja de papel, como si la hoja fuera macho y con el color rojo (que es masculino) sintiera el placer para ponerse erecta y luego hacer el polvo. No sé cómo es esta tan sorprendente tinta. No sé si aguantará al tiempo, al sol mediterráneo, a la luz habitual de mi ciudad catalana, Barcelona. Pero tal vez este cuaderno entre en el cuarto oscuro, en la cesta de mimbre donde están recogidos todos mis cuadernos del Diario, y allí en el cuarto oscuro hay eso, oscuridad.
Me presento en la redacción de Literatura en el Mundo(que suena mucho mejor en polaco y, también, es más correcto escribir el nombre en su idioma de nacimiento, y no falsearlo con el castellano) con una bella y diminuta antologíaa (1989) de mi primer Biatoszewski y una obra póstuma del otro poeta polaco Edward Stachuza, POSTCRIPTUM (1989). A aquel lo seleccioné en la breve antologíaa de poesía polaca que publiqué hace años en la revista de Barcelona Hora de Poesía, y éste, Stacuza, unos días antes de ahorcarse en su apartamento de Warszawa me escribió una carta pidiéndome si podía venir a pasar unos días conmigo en mi Estudio de Barcelona, a lo que le contesté enseguida diciéndole que sí, que lo esperaba. Y ya no vino, pues como digo, se suicidó después de haberme escrito. Tal vez si hubiera venido a Barcelona el desenlace no se hubiera producido. Y con estos dos libros y la memoria en el tiempo ido y de una Barcelona lejana voy al encuentro de Krystyna Rodowsk, que espero deambule por los pasillos de la redacción y por los surcos de sus hermosas tetas. ¡Qué le vamos a hacer! Y en la primera salita de literatura na Swiecie recibe la mujer del velludo bigote diciéndome que en 20 minutos Krystyna Rodowska aparecerá con su gran y arroladora figura. Uf, que empalagosa frase. Y verdaderamente quién dice que aparecerá Krystina Rodowska tal como ella dice o acaso lo pienso yo y ella, la mujer del velludo bigote, no dice nada, sino que me espere sentado hasta que ella llegue. No ellala que discutía en Barcelona con mi amiga y poeta polacos. Supe alguna vez porque ellas se arrojaban los platos y las braguitas al rostro. ¡Ay!
Y vamos los dos a uno de esos grandes y céntricos hoteles que hay en Warszawa donde, allá donde te sientes, te encuentras con una seudo galería de arte, digo seudo porque lo que exponen y venden a un público hortera en el arte en otras cosas es, mejor, no es arte. Es un juego de viejos / as que los domingos se entretienen en embetunar lienzos. Y por allí, entre sucios cuadros, las curvas (las putas, elegantes, limpias, moviéndote la lengua, intuyendo los dólares). La jefe de recepción no impide el paso a los que vienen tras de nosotros. No hay sitio. Todo ocupado. Pero son muchos los años que estoy visitando Polonia, y en seguida aparto a mi compañía y tomo la iniciativa. No va a haber problema y en seguida vamos a tener la mejor mesa. Cuando yo me tape mi ojo miope con el pañuelo negro, cuando el índice de mi mano derecha le cruce por uno de los ojales de la chaqueta, cuando con el ojo que me queda libre mire obsesivamente sus tetas e introduzca mi mano por el escote, buscando (qué buscón) sus redondeces, será entonces cuando nos abrirá el paso a mi amiga poeta polaca y a mí y nos conducirá a la mejor mesa.
Y así fue. Krystyna Rodowska y yo almorzamos los mejores platos y el espléndido vino húngaro, entre frases hechas o tal vez extraídas de un reciente manual pospista que se acaba de editar en la más prestigiosa editorial de Krakow. Cholera!
La ayudante de Ewa Halls, de galería Koszykowa, y yo después de una dispersa y hasta alucinante conversación en diferentes idiomas, entramos en el despacho de su superiora y extendemos algunas de mis obras sobre la moqueta.
Ella, la chica de medias negras, se pone conmigo a mirar y seleccionar qué dos obras debo llevarme para reproducir en el catálogo.
A ella, a cada minuto que pasa la veo más comunicativa. Empiezo a ver sus bellas y bien moldeadas piernas enfundadas en las eróticas medias negras. Pienso que mi celibato temporal lo podría romper con ella, jugar después de un tiempo a encontrar el dibujo más original que se hizzo en este siglo en Warszawa, y entonces enseñarle en castellano, no en polaco, la estrategia de recorrer los rinconcitos del vello rizadito, y saber qué placeres nos producen tanto a ella como a mí esos nuevos descubrimientos. Supongo que ya la sorpresa lleva al placer, lleva a ver chovas por todas partes, porque los ojos se cierran y los sentimientos vuelan como estos pajarracos. Ay! Cómo nos revolcaríamos tú y yo entre o por encima de mis obras, mientras mi semen endulzaba tu cuerpo. Ay!

Viernes 29-IX-1989

La que fue pintora (Krystyna) y que ahora sólo cree en Dios. No sé si antes creía. Sí, con ella he paseado a media tarde o era lo más probablemente por la noche con frío y viento cuando he paseado, al tiempo que me iba contando lo que ella realmente ve y siente ahora. Y resumiendo nuestro largo paseo y también nuestra larga conversación, ella lo que hace ahora (teraz) es mirarse el ombligo y trabajar la tierra del jardín de su casa para ver si encuentra algún demonio y enseguida destruirlo a golpetazos, no le vaya a entrar otra vez en el cuerpo y retome la profesión de pintora-dibujante endemoniada. Y así hemos ido caminando hasta encontrar los luminosos en lo más alto de la casa donde vivo, junto Centrum, y los luminosos parpadeantes (GRAMOFONO NY-MAGNOTIFONY) nos anunciaban nuestra separación: ella a tomar un autobús que la lleve a casa de su madre y yo a recogerme en mi rincón del 15 piso; y mientras el renqueante ascensor va lentamente subiéndome recuerdo al orejudo hombre de la kawiarnia; cuando esta mañana desayunando y escribiendo unas notas repasaba los cambios de moneda del día, y retenía los ojos claros de la kobieta que tomaba un té en la mesa de enfrente, entonces y nada más que entonces desviaba mi mirada hacia el hombre de grandes orejas, grandes gafas, y amplia frente o mejor, también, gran calva. Él tan meticuloso en todos sus movimientos: leyendo el periódico, sorbiendo el líquido de su vaso ya semivacío, luciendo sus orejones, mirando la cartera de piel sobre el respaldo de la silla y de vez en cuando mirando también la punta brillante de su zapato derecho que se balanceaba en el aire y a su pierna izquierda, haciendo el cruce. Todo es medido en este hombre que me recuerda a los afiladores voceones, recorriendo las populosas calles de mi país, cuando yo era niño o mayor, ya no sé.

Sábado 30 IX-1989

En mi país, en España, en Cataluña, en Barcelona apenas entro en las tiendas de moda, me fijo algo, un poco, porque no me dejan ir desnudo (y no porque me guste exhibirme, no) ya que esta sociedad me obliga a cubrir mi cuerpo. Digo esto, lo cuento aquí, porque siempre que llego a este país me veo arrastrado a visitar tiendas. No sé si es la inercia y el síndrome de consumir que lleva cualquier polaco lo que hace que mi conducta aquí sea la de un polaco más. Y algo de esto debe ser ya que yo tengo la habilidad de adaptarme en seguida a los lugares que amo. Me ocurre con Cataluña, me ocurre con este pueblo que tantas veces he visitado, Polonia. Y entonces visito tiendas y me fijo en las prendas que lleva la gente, aunque yo nunca creí en estas estupideces. No creo en la moda para nada, es un auténtico fraude. Yo desde adolescente fui contracorriente en estas cosas. Mi padre que fue siempre desde niño un dandyy sabía mucho de cómo llevar un traje, un abrigo, un sombrero, unos zapatos, fue de quien (tal vez) aprendí la enseñanza de ir original y diferente cubriendo el cuerpo, y no a la moda. A él siempre le hicieron trajes a la medida, también los abrigos, gabardinas, zapatos, y yo siguiendo su tono (es lo único, me parece, que heredé de él) también en la adolescencia yo mismo me diseñé muchas prendas, siempre diferentes. Pasó el tiempo, sin embargo, y olvidé estos menesteres para ocuparme más de las cosas de la mente; de las ideas, y por qué no, del amor.
Y el cubrir mi cuerpo de una forma original lo fui olvidando. Sin embargo, como digo, cuando llego aquí me da la impresión de que esa vieja manía mía me regresa y procuro buscar en las tiendas de ropa prendas diferentes.
Y hoy, yo solo y sin mis amigos, me acerqué donde el japonés marica y estuve probándome algunos trajes, pero como eran piezas únicas y me venían grandes no me quedé con ninguna, y sí con un abrigo de pana, con muchos botones, de color azul cielo, con toques rojos y forro de seda color rosa… ¡Joder! La moda es eso, moda. En el vestir, en la literatura, en la música, en la plástica, en la estética en general… En la manera de vivir.
Prefiero coserme la méntula y subirme a vivir en una nube. Eso, es obvio, no es moda.. Tampoco es moda enredarse por teléfono desde Warszawa a Bielsko-Biata y por la voz griposa de Zofia Siewak-Sojka saber que la llave que traigo de Cataluña ya no sirve para el apartamento de Krakow, pero el apartamento me está esperando para vivir entre sus paredes unos días en esa singular y nada de moda que es Krakow. También los enredos del hilo telefónico me dicen que mi amigo escritor de la revista PISMO! Adam Komorowski tampoco está donde estaba (ul. Koniewa); él aficionado desde niño a jugar con trenes, ahora ya de mayor, con mujer e hija, decidió trasladarse a una casa próxima a la estación de los ferrocarriles y así poder escuchar los silbatos de las máquinas y también el recuerdo de su niñez. Esto tampoco es moda y es que mis amigos no van ni están a la moda.

Domingo 1-X-1989

Escribo sin lentes. No sé ni cuándo ni cómo los rompí. Los llevaba en el estuche de piel que me compré nada más llegar a Warszawa. Me engo que alejar del cuaderno para escribir. Me estoy forzando la vista y voy a dejarlo. Voy a dejar de escribir, hasta que vuelva a tener los lentes en condiciones. Joder, qué mala suerte! Descanso de lectura, descanso de escritura, descanso para ver las pequeñas cosas, las cosas de cerca. Sin embargo, qué bien veo de lejos. Cómo pienso de lejos. Cómo me llega la memoria de otro tiempo no lejano. Y a la vuelta de cualquier esquina de Stare Miasto me encuentro con el pintor y amigo catalán Armando cardona Torraridell. ¿Qué significarán en ese deambular mío por la ciudad vieja de Warzawa las apariciones fugaces del amigo que sé que ahora está en Cataluña, aunque en otro tiempo (y sin mi compañía) anduvo también por estas angostas callejuelas? Me sorprenden sus continuas apariciones; a pleno día, a pleno sol. Y también ver en la lejanía, pero realmente, a los tres jóvenes turcos comerse con ansiedad el plato de tortilla natural en la kaviarna del Hotel Europejski, mientras la anciana, tocada de sombrero, que se había sentado también a su mesa a tomar una herbata,los observa con tranquilidad y al mismo tiempo descaro que a muchos polacos (también, franceses, ingleses, españoles, rusos…) no les sobran. Como el descanso que han tenido, no sé quién, de levantar, precisamente muy cerca del Europejiski, una monumental (me recuerda al asesino general Franco levantando grandes monumentos a sus caídos y levantados) estatua de bronce a Stefan Kardynat Wyszunski. Primas Plski. Ahora y aquí, en la Europa de finales del siglo XX levantando estatuas de este espesor a cardenales. Ay!
De otra forma, creo, hay que recordar a los hombres (o mujeres) que hicieron algo por su país. Sean religiosos, militares, humanistas, científicos, poetas, artistas… Y no levantando descaradas y soberbias estatuas que recuerdan a dictaduras nazis, ya fuera de nuestro tiempo o cruzadas que también están muy lejos. Ay!

Lunes 2-X-1989

Como seguía sinlentes y esforzando mi vista para escribir estas líneas y las de ayer, cuando fui a Kaviarnia de Nowy Swiat a almorzar, aunque fuera ligero, tuve que emplear con la carta el juego del abanico de la suerte* (que ejercí con harta frecuencia en mi niñez), donde con los ojos cerrados girabas el dedo índice sobre la superficie del abanico abierto y según el circulito que tu dedo rozaba al detenerse indicaba tu su suerte o desgracia, especificando las más singulares y diversas situaciones de aquí y del más allá.
Eso hice con la carta. Comencé con mi dedo, también el índice y el de la mano derecha, con el que ahora empujo a la pluma estilográfica sobre el papel del cuaderno para narrar estas impresiones y andanzas polacas. Ah! Y lo hago con la mano derecha porque no soy zurdo. Y mi dedo se detiene y lo dejo: pegado, sujeto al papel de la carta hasta que llega Prozne paniy me pregunta qué quiero y le hago un ligero gesto con mis ojos que apenas ven de cerca, cuando no llevo lentes y ahora como estoy diciendo una vez y otra vez no los tengo, los dejé para que los arreglaran en la óptica de Ulisa Hoza, muy cerca del Hotel Forum donde en otro tiempo, no sé ahora, abundaban las curvas (palabra maldita en Polonia, y que yo a pesar de mis muchos viajes a este país aún no supe por qué esa adversión a la palabra puta); y mi gesto se queda en eso, en gesto, porque ella en seguida baja la mirada hacia mi huesudo dedo índice que está como integrado a la comida que marca muy minuciosamente y en voz alta me va cantando los platos al tiempo que los anota en su cuadernillo:
  • Kotlet de Volaille 130g 2940 Zt
  • Frytki 150g 582 Zt
  • Surowka z pomidora 50g 423 Zt
Y mientras espero el ligero almuerzo no puedo hacer como otras veces, leer unas páginas de El mediterráneo, de F. Brandel, pues no veo a dos palmos de mis ojos y sí a mil metros. Qué misterios estos del cuerpo para los que apenas hemos dedicado un minuto a la ciencia. Poder ver todo de lejos y apenas nada de cerca. La gente llana del pueblo dice que cuando esto ocurre es vista cansada. Cholera! La vista se cansa, qué descubrimiento. Bueno, y en vista que tengo cansada la vista y mis lentes que no están cansados, pero sí descarrilados (se salieron del rail y tuve que llevarlos a reposar o, por qué no, a revisar a la clínica de Ulisa hoza) me dediqué a mirar sin ver nada a mi alrededor, al tiempo que dejaba correr mi mente por las escaleras y los amplios espacios de los almacenes Centrum, donde días atrás fui buscando una manta de Albanier, ya que sentía algo de frío en las madrugadas, no sé si consecuencia de las lluvias o de la densa niebla que de vez en cuando envuelve toda Warszawa o al menos todo lo que yo veo desde el 15 piso del rascacielos de Centrum donde vivo; el caso es que estuve recorriendo estos grandes almacenes donde los polacos hacen kilómetros y kilómetros buscando la prenda o el objeto nuevo que acaba de llegar, y cuando lo descubren entonces se forman grandes y estiradas colas. Yo tuve suerte, no sé si porque la manta de Albanie no es nueva aquí o tal vez no saben todas sus ventajas, pues en el mostrador donde vendían las mantas no había nada más que la vendedora y al momento la tuve en mi poder sin perder un minuto en la kolejka.
Por la madrugada de este día, además de sentir más calor en la cama, también tuve las otras placenteras delicadezas que para los iniciados proporciona una manta, que por otra parte cuando deje este apartamento pienso obsequiar con ella a Marzena, pues sé que sabrá recibir sus tiernos regalos nocturnos si se cubre con ella al irese a dormir, y tal vez también su niño Antoni. Ay! El otro día (y sigo recordando mientras me llega el ligero almuerzo que pedí a prosze pani) el niño rubio se Marzena, Antoni, luchaba desesperadamente por meterse en el horno de la cocina eléctrica, y en vista que no podía hacerlo y eso que lo intentaba una vez y otra, cambió su juego y a la cocina eléctrica la convirtió en un barco, y a partir de ese momento se dedicó a hacer todos los sonidos por él imaginados que puede producir un barco. Yo me uní a él y guturalmente producía el sonido del mar, de las olas al chocar y el chirriar de las gaviotas. Son los juegos que mantengo con Antoni, mientras su madre, Marzena, complacida nos sonríe muy interiormente. Ay!

Martes 3-X-1989

Era media mañana o casi medio día cuando salía yo de la tranquila y acogedora kawiarna del Colegio de Arquitectos de Ulisa Foksal de tomar una kawa y pastelillos deliciosos de Bikle (que es como decir en Cataluña, en Barcelona, en el barrio de sarrià, pastelillos de J.V. Foix, el singular poeta muerto no hace apenas tiempo, y con el que tuve ocasión de compartir algunas largas y siempre sorprendentes y también (por qué no) surrealistas conversaciones en su casa, siempre de soltero, de Sarrià. Sí, allí, en aquella salita donde se podían ver colgados por las paredes dibujos de F. García Lorca y obras de T. Miró, de Tàpies, de J. Ponç, artistas por los que él tenía un especial cariño); sin embargo, Blikle no parcticó la poesía de la letra, pero sí de la masa, el azúcar y los frutos del país para darnos a degustar sus pastelillos, que no vienen de este siglo, sino del pasado, 1869 (fecha en que fue fundada su pastelería en Ulisa Nowy Sviat; la más comercial y popular calle de Warszawa). Y su local desde que abre a las 10h de la mañana hasta que cierra está siempre repleto de público formando la conocida kolejka, que muchas veces se estira hasta la misma calle.
Y estas gentes tan pacientes y acostumbradas a esperar en las colas, con la mirada perdida, pero el pensamiento atento a todo, no deja de ver, mientras espera su turno, en las paredes de la pastelería Blikle los diplomas que a lo largo de más de un siglo consiguió la familia Blikle con los dulces, y también los dibujos del artista Topolski, que se sabe que emigró a Inglaterra y abrió su taller debajo de un puente de Londres. Pues bien, como digo, salía yo de la kawiarnia del colegio de Arquitectos, cuando del edificio que está junto al Colegio (un departamento del ministerio de Asuntos Exteriores) empiezan a salir grupos de hombres y algunas mujeres, ellos vestidos con trajes grises, azules casi negros, ellas con abrigos claros, y a todos colgándoles de las solapas distintivos de plástico (con su nombnre o con la clae de sangre, o acaso con su nacionalidad y domicilio por si se extravían por Warszawa?) Ah, también, entre los paisanos dos militares (no reparé en su graduación), suficiente, uno traje del Ejército de Tierra y el otro con el de las Fuerzas Aéreas, y todos, los paisanos y los militares, hablando en voz en grito un escandaloso castellano. Salían del encuentro con una comisión polaca y en plena ulisa Foksal hacían en voz alta o mejor voz en grito comentarios del encuentro, y que de haber sido yo un espía de España o Polonia, tal vez me hubieran servido, pero como no soy espía (aunque éstos me fascinan, y más aún si son hermosas mujeres) y estoy por otras, cuando abandoné el lugar olvidé todo lo que allí había escuchado.
Y me fui al encuentro con magdalena Mirek, que llegó hermosa, exuberante, balanceante, excitante y con una monografíaa editada en Yugoslavia (que es donde se imprimen actualmente muchos libros polacos) del pintor Zdztaw Beksinski, que me ofreció con su sonrisa siempre… (ampliar este encuentro que duró más de 5 horas; los dos solos).

Miércoles 4-X-1989

Qué manitas son estos polacos. De donde no hay extraen y eso hicieron con mis lentes. Qué bien me los arreglaron. Quedaron mucho mejor que los tenía antes. Los fortalecieron con su habilidad y ahora tardarán tiempo en volver a romperse. Así pues, ya escribo con ellos. Viendo como antes, aunque artificial, claro, a través de los cristales. Sin estos cristales, ya he dicho que me esfuerzo bastante. Ay!
La colonia hispánica de Warszawa está un poco revuelta en estos días, y esencialmente hoy. Han llegado los Reyes de España y va a haber una recepción en nuevo hotel que se inaugura. Y aquello de dar la mano al Rey y besar la mano de la Reina excita y emociona a mucha gente. La Embajada española ha invitado a todo bicho viviente hispánico que anda por Warszawa. Yo que también soy hispánico o tal vez más ibérico no fui invitado, claro, yo es que desde que aterricé en Polonia estoy por el subsuelo o por los subterráneos, que casi viene a ser lo mismo.
La verdad es que sólo cuatro o cinco amigos / as saben que deambulo por aquí. Bueno, el caso es que yo no iré ni a dar la mano al Rey ni a besar la de la Reina, la mano, se entiende, y tal vez me quede con una taza de kawa delante de mí en la mesa que últimamente ocupo del café El Lido, que se encuentra cerca de mi apartamento, en Ulisa Prozna y que es donde pienso un poco y escribo sin lentes o con lentes como ahora.
Al café El Lido entran gentes muy diversas y apenas nada que les caracterice de extraños personajes que sirvan para obra literaria, al menos eso me parece a mí cada mañana cuando estoy yo también entre ellos tomando mi primer café y escribiendo o leyendo unas horas. Por ejemplo hoy y en este momento que pienso en el local, y que escribo, lejos de él y en otro ambiente, veo una pareja a la mesa que hay junto al ventanal; el hombre de la cartera mugrienta de plástico y de la que extrajo un neceser también de plástico estampado de flores de colores gallos, muy vivos, chillones, se les oía o mejor veía a un kilómetro, y del neceser, después de descorrer la cremallera, sacó un paquetito de documentos.
En otra mesa dos jóvenes que leen el periódico del día, los Reyes de España van en portada, y hablan y comentan con los de otra mesa sobre los trámites del pasaporte. Aquí el que tiene pasaporte cuando lleva dos copas de más dentro del cuerpo le da por mostrarlo con el primero que tropieza en una mesa o barra de una kawiarna. Y al fondo del café El Lido, el mostrador con la máquina del café y detrás de ella, la camarera, una hermosa mujer polaca con cabello estirado, recogido en un hermoso moño, que da la impresión que no es la camarera, sino la dueña o la hija de la dueña y que hace este trabajo por placer, que sin duda es lo más inteligente del mundo: las cosas, el trabajo, hay que realizarlo por placer. Como yo ahora, siento puro placer a acariciar mi pierna con la otra mano, la que no escribe, la izquierda, mientras yo disfruto escribiendo, narrando estas impresiones, externas-internas, de mi ir y venir de un lado a otro en esta tierra polaca que ahora piso. Ay! En esto el Café El Lido, soy yo el que escribe ahora y a buena hora de la mañana, mientras la radio emite partes de noticias en Polaco, en ruso y otras lenguas eslavas que no distingo pero que a mí me parecen música y por ello no me molestan para escribir. No me distraen nada para pensar, para abstraerme e ir y recordar una vez más a la lejana y sensible Marieke Van den Brauden. Ay! Cómo me arrancaría mi celibato, ahora, ya, la dulcemente pervertida Marieke Van den Brauden! Ay!

Jueves 5-X-1989

A mí me gusta ir siempre ligero de equipaje. Si puedo hago por olvidar en casa hasta el carnet de identidad (aquí y ahora el pasaporte que es con lo que viajo); procuro también llevar los bolsillos con el forro roto, desgarrado, y así por todo mi cuerpo voy respirando sin dificultad ya que por debajo de mis ropas se producen agradables corrientes de aire. Esto lo digo y también lo escribo (es obvio, qué carajo!) porque en estos días que deambulo por la capital de Polonia estoy harto de ver a casi todos mis conciudadanos con el documento de identidad en la boca (que ya es incómodo, diablos!) y los bolsillos de los pantalones y de las chaquetas, bien cosidos, o simulados, o sea que no existen, y entonces antes de salir de sus casas todos se limpian los mocos para ir con las fosas nasales bien limpitas, ya que ni el pañuelo de los mocos pueden llevar con ellos; pero todo esto no es del todo así pues algunos de mis amigos ya empiezan a hacer tráfico de pañuelos, o sea que salen de sus casas sin los mocos limpios y el pañuelo camuflado en el rincón más sorprendente de su cuerpo. Claro, estos son mis amigos. Y no porque sean mis amigos, pero ellos son de los que piensan y piensan sin duda inteligentemente. Lo que son. Pero el resto, o sea la gran masa (que en todos los países tiene unas características muy similares), esa que apenas piensa un minuto al año, y cuando lo hace lo hace mal y al revés, ésa aquí pues ni idea de que se puede o se está haciendo tráfico de ideas. Qué digo, tráfico de pañuelos.
Y verdaderamente es lo que me hizo pensar al descubrir que a los polacos se les ve generalmente por la calle casi siempre con una bolsa de plástico en la mano (ahora las bolsas de plástico ya no son tan difíciles de conseguir, como ocurría en mis primerizos viajes al país, allá a los finales de la década de los años 70, que las vendían por la calle, en Centrum, o en lugares donde se concentraba la gente. Estos vendedores de bolsas han desaparecido, ya no los he visto. Se debieron hacer millonarios y ahora, con la ligera apertura habrán aprovechado para emigrar a Chicago, ja); a veces, las bolsas son de papel (un amigo se la ha confeccionado de lona roja y siempre que sale la lleva con él). También en lugar de las bolsas se les ve con carterotes, paquetes… Siempre llevan las manos ocupadas! Qué capacidad la de este pueblo, pardiez! Y yo mientras, sin equipaje, sin pañuelo moquero y siempre en la memoria el húmedo y hermoso culo de Marieke van den Brauden cuando aquí, en Warszawa, se extiende a mi alrededor la sombra de magdalena Mirek, siempre tierna, siempre incisiva y juguetona como ella misma. Ay!

Viernes 6-X-1989

Qué ocurre últimamente que las amigas-mujeres andan tan juguetonas conmigo; y yo a su vez con ellas, lo que me permite mantener este inexplicable celibato en el que estoy desde hace un tiempo. Ay! Tal vez por esto me entretengo en bizantinas y ridículas conversaciones cuando empleo algo de mi tiempo en entrar a una tienda y comprar algunas corbatas.
La tiendecita sin apenas luz (Bielizniarstwo, de María Jarzdónczyk, costurera de ropa blanca, o sea que es como decir de ropa interior) se encuentra cerca de mi apartamento y de el bar el Lido, y esto es lo que me hizo entrar una mañana al decubrir a través del cristal del escaparate las sombras como fantasmales de dos mujeres, la costurera y la que lleva el peso del negocio y su hermana Rozena, que la ayuda en todo lo que puede y sobre todo le hace compañía. Ahora ya no cose ropa interior, ahora sólo hace corbatas. Es más sencillo y cómodo y además vende. Y con ellas estuve un rato mientras elegía algunas corbatas de hermosos colores. Es curiosa esa inclinación mía últimamente por la corbata, cuando habré llevado al menos una década de años que nunca me enrosqué una corbata a mi cuello, ni la tuve en mi ropero. Después de abandonar la tranquila tienda con las ancianas mujeres tuve el presentimiento como si el poco tiempo que estuve con ellas no hubiera transcurrido lo que me hizo pensar por un momento en volver y quedarme allí para siempre y dedicarme también a su negocio, que pienso por lo sencillo que es lo aprendería rápidamente. Qué delicia si mi pensamiento lo convirtiera en realidad!
Pero no, seguí caminando ladeando todas las tiendecitas, próximas a la Bielizniarstwo, pero tuve que seguir creyéndome, aunque sólo fuera por unos instantes, lo maravilloso que hubiera sido quedarme a trabajar y a vivir con la costurera maria y su hermana Rozena. Qué amores hubiera tenido con ellas? Ay!
Aún no había despertado de mi memoria próxima cuando me detengo a la puerta de un Fryki, inesperadamente (no con intención de entrar y tomar una ración de refritas patatas o un trozo de pollo también refrito quién sabe cuántas veces, no), o quizás no tan inesperadamente y sí porque en el mostrador más cercano al escaparate una rubia y auténtica mucha polaca se complacía comiendo una ración de patatas. La observé no a través del cristal del escaparate, sino a través del la entreabierta puerta. Mis ojos se posaron en sus ojos, y luego bajaron al movimiento de la mano, blanca y de largos dedos, que una y otra vez subía de la bandeja de cartón a su boca con una o dos patatas fritas o sofritas pinchadas con el tenedor de plástico. Así, observando este vulgar movimiento estuve no sé cuánto tiempo. Hasta que por timidez o tal vez por inercia retiré la mirada de sus ojos, de su boca, de su mano, blanca y de largos dedos, del tenedor de plástico, de la bandeja de cartón, de las pocas patatas fritas o sofritas que aún le quedaban, y entonces mi mirada se entretuvo en una forma oscura o mejor sucia que se movía muy cerca de los pies de la muchacha. La forma oscura o mejor sucia cuando decidí clarificar mi mirada desde la posición que me encontraba en un principio y viendo la normalidad que reinaba en el local, en la muchacha polaca y en las otras personas que hacían cola ante el mostrador o comían también en otras mesas-tabla, pensé que aquella forma oscura o mejor sucia era un gato callejero que se había colado al fryki por la entreabierta puerta y aprovechaba para comerse los desperdicios de comida que hubiera por el suelo.
Pero pronto salí de mi error, pues la última mujer que acababa de entrar al local estando yo allí, con mi tiempo y mis anteojos, gritó despavorida: una szezur! Y entonces todos miraron hacia aquella forma oscura o mejor sucia que se movía tranquilamente a los pies de las personas que estaban en el interior del Fryki. Nadie hizo un gesto. Siguieron haciendo lo que hacían un momento antes de escuchar el grito de la mujer. Sólo la que regentaba el local salió de detrás del mostrador y con el pie empujó hacia la calle la forma oscura o mejor sucia, que entonces moviéndose más hábilmente se escurrió por un agujero que había detrás de la puerta y desapareció. Yo, entonces, también desaparecí de la escena, echando a andar y perdiendo o confundiendo entre la riada humana que a estas horas ya circulaba por el Centrum de Warszawa.

Sábado 7-X-1989

Como descubrí una vieja plancha en el apartamento decidí no arrojar al cubo de la basura la última camisa que ensucié (tal vez por aquello de haberla en una camisería de Genéve, y traer a mi memoria momentos agradables de esta ciudad suiza); pues aquí en Polonia, tal como me voy quitando las camisas ya sucias me deshago de ellas y en seguida voy a comprarme otra nueva. Pues bien, esta camisa suiza decidí lavármela con jabón de las manos que me traje de Barcelona y una vez seca me dediqué al delicado oficio de planchadora / or. Y verdaderamente que me salía como anillo al dedo el trabajo este que de tarde en tarde practico en mi país.
Pero verdaderamente no sé en qué estaría pensando cuando entretuve un minuto, tal vez un segundo más la plancha caliente sobre la pechera (concretamente al lado del corazón) de la camisa, cuando empezó a salir humo de debajo de la maquinita que manejaba mi mano derecha. Y entonces, al retirarla de al´í, de mi pechera, me dio un vuelco el corazón. Una mancha entre Siena y amarillenta había quedado marcada en la seda blanca tostada de mi camisa. Así empecé ese día, tostándome el corazón con la vieja plancha polaca, mientras mi amigo actor y futuro director de cinema me esperaba para un encuentro, y no de fútbol, en el Club Literatos. Él buscando una vieja escritora, de las que proliferan mucho por este club, para su próximo corto, que piensa realizar tan pronto le lleguen las libras esterlinas de su productor de Londres.
Yo tal vez queriéndome arrastrar mi memoria a cuando me encontré por primera vez con Barbara sadowska, precisamente en este mismo lugar. Recuerdo ahora cómo nos miramos, qué hablamos y cómo casi en seguida de conocernos me entrega la llave de su apartamento para que me fuera a vivir a él. Barbara Sadowsaka ha desaparecido de este mundo para un motón de gentes que ahora se consideran sus amigos, que se la quieren apropiar en imagen, en nombre, pero queda sólo en eso. Ella, allá donde esté, estará cachondeándose de todos. Seguro. Yo nunca esperé su muerte. Y verdaderamente es que para mí no murió. Como no murió Alejandra Pizarnik, como no moriré ni yo mismo. Bárbara, a la que conocí en la más estrecha intimidad, de la que comprendí y siempre descubrí, aun estando lejos de ella, esos recovecos del humor y la ironía, la razón deformada que ella tan bien sabía expresar.
Aunque poco tiempo, pero qué hermoso es tener en la memoria su cuerpo con el mío. Oliéndonos nuestra piel, sintiendo nuestras sensaciones, los sublimes (así los elevábamos nosotros en nuestros inesperados encuentros) placeres del tacto, de la mirada, de una palabra en polaco (kochanie) o en castellano o en francés, que eran los tres idiomas con los que ella y yo nos entendíamos, porque nuestro entendimiento estaba por dentro; era interior, no necesitábamos de idiomas, de palabras para sentirnos el uno al otro. Ni tampoco de los tópicos convencionalismos del resto de la sociedad. Ella se reía de todo, aunque no lo pareciera, al igual que hago yo. Qué mejor vivir que carcajearse de la propia vida!
Y Franco peña y yo repetíamos todos los platos de la comida del restaurante del “Club Literatos”, como si de rancho se tratara, pero el caso era que tanto él como yo estábamos hambrientos y la comida casera de este restaurante, sólo para escritores, estaba deliciosa. Después para hacer bien la digestión nos fuimos a pasear por el barrio Viejo y a ver las hermosas chicas polacas que tanto Franco como yo conocemos, pero que sin embargo siempre nos produce gran placer verlas, el hablar con ellas, en gastarles una broma en castellano o, tal vez, en polaco.
Y nuestro paseo, ya anocheciendo, se prolongó por Novy Swiat, la calle que los nazis destruyeron completamente en la segunda guerra Mundial, y que los polacos reconstruyeron después tal como estaba. Ay, qué pueblo! Pues bien, íbamos mi amigo y yo por esta transitada calle, pero que cuando cierran los comercios y empieza la noche queda semidesierta y entonces aprovecho para pasearla bien, solo o en compañía. Y como digo, íbamos Franco Peña y yo haciendo nuestros humorísticos comentarios sobre un hermoso culito de una espigada muchacha que nos precedía, cuando empezaron a llover juguetes del oscuro cielo. Tuvimos que escondernos debajo de una cornisa y desde allí contemplamos cómo los juguetes de madera, también algunos de plástico, iban cayendo a la acera, a la calzada, mientras las pocas personas que circulaban por allí a aquella hora se detenían sorprendidas al tiempo que miraban al cielo. Qué sistema meteorológico se estaba desencadenando sobre Warszawa y más aún por aquella zona que ahora nos encontrábamos mi amigo y yo!. Llover juguetes y por la noche era toda una broma de ese humor polaco. A la hora que los niños duermen las calles se llenan de juguetes. Y entonces una señora gorda que se dedica a recoger algunos de esos juguetes que cayeron a sus pies, es abroncada desde la acera por otra señora y su marido, y calificada de ladrona; que se está llevando los juguetes de los niños, la recriminan, y ella, la señora gorda, asustada y creyéndose que todavía se encuentra en la época estalinista, los deja otra vez sobre la acera y se marcha como avergonzada y en silencio calle adelante escuchando los insultos y los gritos del matrimonio medio-burgués. Mi amigo y yo nos reíamos e indignamos al mismo tiempo al presenciar la sorprendente y hasta zúrrela escena.
Por tercera vez vuelvo a ver Replika de T. Saina en el Teatre Studio, mientras mi amigo vuela con la conversación y el orgasmo con la muchacha que se sentó a mi lado durante la representación y que el nazi que sale en la obra se Saina manchó de pintura roja su ropa blanca, tal vez virgen como ella misma y por esto mi amigo, que huele a estas muchachas en flor a una legua, no dejó de atosigarla. Y luego la lluvia y seguir caminando por la ciudad vieja esperando la hora de mi tren por la ciudad vieja esperando la hora de mi tren expreso que en la madrugada, mañana, me tendría que llevar a Krakow.
Pero antes nos refugiamos en la Kawiarna Staropolska(Vieja Polonia) por donde aparecen todos los borrachos, putas, chulos, de la noche warzowiana, ya que el local no cierra hasta las 5h de la madrugada. Y yo con el sueño en los ojos me despido de mi amigo y me voy a la estación de Centruma esperar mi tren y aprovechar las tres horas de viaje para dormir en el asiento número 56 del vagón número ocho de primera clase que indica mi billete. Y eso hago cuando me acomodo en mi sitio: dormir, dormir, dormir, dormir, dormir, dormir, dormir, dormir, dormir, dormir, dormir, dormir… ¡y con qué placer!

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