M. ELENA VALLÉS | Diario de Mallorca | 25-4-2012

Roser Amills (Algaida, 1974) es una voyeur. Una fisgona de lo erótico. La mallorquina ha escudriñado por el ojo de la cerradura las alcobas de un millar de personajes famosos a través de biografías, entrevistas, fotografías y cartas íntimas. Las primeras veces, fetichismos vergonzantes, complejos físicos, traumas sexuales, orgías… La escritora ha reunido en un tomo Les 1.001 fantasies més eròtiques i salvatges de la història, el volumen que calentó este Sant Jordi. Cossetània lo ha editado en catalán y Lectio Ediciones, en castellano. Amills recopila sueños y estímulos sexuales (a veces practicados y consumados) «que, si se viven de manera abierta, son muy saludables». Pero que pueden emponzoñar a todos los implicados «cuando se viven a escondidas y con represión», asegura la poeta mallorquina. Quizá sea ésta la moraleja de un tomo sin pelos en la lengua y muy documentado que arroja prácticas sexuales tan bizarras y escabrosas (que se remontan a la época victoriana) como las del pintor Salvador Dalí. «La más dura de todas ellas», relata Amills, «me la contó la señora Rius, una madame barcelonesa que trabajó en el meublé San Mario. Fue ella quien vio la escena». En el cuadro viviente: el pintor de Figueras, ya sexagenario, sodomizaba a un pato mientras le cortaba el cuello. Con los estertores del ave, el artista alcanzaba el orgasmo. Animándole en la faena se hallaban «las suecas», ocho mujeres espectaculares que viajaban con él y a las que les pidió que le jalearan junto a la plantilla del San Mario: «Divino, llamadme divino». El escritor Sánchez Dragó le reconoció a la autora mallorquina que fue testigo de dicha práctica en uno de sus viajes y que se vio tentado a probarla. Gabriele d´Annunzio también mantuvo liaisons con algún pato.

Aporrear y someter al objeto de deseo es otro ejercicio de cama del gusto de muchos. A la desaparecida Amy Winehouse le complacía el spanking, es decir, aumentar el placer a partir de unos buenos azotes en el culo en el momento indicado; a Eva Longoria le gusta sentirse indefensa cuando la atan a la cama con pañuelos de seda; o el pope beatnik William S. Burroughs mató a su esposa de un disparo cuando jugaba a ser Guillermo Tell.

El erotismo, asegura Amills, siempre ha sido y será una cuestión de estado. No sólo se trata de las amantes que han tenido los reyes («cuenta la leyenda que uno llegó a fabricarse una peluca a partir del vello púbico de sus compañeras de cama»), sino que ha habido muchas fantasías eróticas que han cambiado el curso de la historia. Es el caso, por ejemplo, de la conquista de Egipto por parte de Napoleón, «que estuvo condicionada por un lío de faldas». También existe la teoría de que una amante despechada, Désirée Clary, ordenó que envenenaran al general Bonaparte con arsénico cuando estaba exiliado en la isla de Santa Elena. En el apartado de muertes a causa de Eros, hay otra que fue muy sonada. Es la historia que provocó una mujer, Lou Andreas-Salomé, fémina que se disputaron Rilke, Nietzsche, Pau Rée e incluso Freud. «Con el poeta Rilke tuvo una relación más poética. Nietzsche la perseguía, estaba loco por ella. Y Rée acabó suicidándose», relata Amills. Tras la muerte de Paul, ella se psicoanalizó y coqueteó con Freud. Finalmente, llegó a ser una psicoanalista reconocida.

Tal enciclopedia de confesiones íntimas y sexuales iba tejiéndose cuando Amills escribía su anterior poemario, Morbo. «Buscaba acercarme a personajes reales, gente que me gusta, como Patti Smith, quien dijo que veces se masturbaba cuando escribía», señala. La escritora anotaba citas, se guardaba anécdotas: acumuló un ingente material en fichas al que debía dar forma. El sus a la publicación se lo dio la editorial Cossetània. Gracias a este sello y al trabajo de Amills, ahora se conocen muchas fantasías –hasta ahora inéditas– de reyes, de santos, de dictadores, actores, directores y cualquier otro personaje público, desde la Grecia antigua hasta la actualidad. A través de este recorrido, el lector se dará cuenta de que lo que para unas culturas era perversión para otras era un práctica comúnmente aceptada. «En algunos casos», asegura Amills, «en cuestión de sexo hemos ido hacia atrás». El ánimo del libro es descubrir ese acervo histórico de fantasías sin juzgar. En este sentido, el lema de la escritora es el mismo que el de Buñuel: «La imaginación nunca delinque». Pues eso.

En el camino de preparación y documentación del tomo, hubo impactos y sorpresas. En esta categoría última hubo varias. Es el caso de San Agustín. Cuando éste aún no era santo, se dedicaba a pasear por bacanales y orgías donde la bisexualidad no era un tabú. Así hasta que conoció la fe. Catalina de Siena, que había hecho voto de castidad a los siete años y que no conocía a varón alguno, en una de sus visiones soñó que Jesús le pedía en matrimonio con un anillo fabricado con la piel de su prepucio.

En el otro lado, en los infiernos, la cabeza de una de sus satánicas majestades, en concreto la de Mick Jagger, fue hallada por el inspector Gordon Dinley, durante una redada en la casa de campo de Keith Richards, entre las piernas de Marianne Faithfull. En su sexo se derretía una chocolatina. Una delicia entre mil más que Roser Amills deja saborear y visualizar a los lectores, también voyeurs. Mirones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *