Fragmentos de las reflexiones del diario de trabajo de la italiana Myriam Delfini, 1982-1995:

No importa que la esposa sea mala amante, pésima compañera y ama de casa, mamá agobiante o poco tierna: “Pero es confiable, sé que jamás me abandonará”. O el marido puede ser frío, mujeriego, agresivo y mal padre, pero si es un hombre “estable”, constante y predecible… queda eximido de toda culpa: “No importa lo que haga, me da la garantía de que siempre estará casado conmigo”.

Sin pensar, lo que de verdad se están diciendo es “Lejos de crecer, por miedo a avanzar, me estanco a tu lado.”

Han llegado a un grado alto de deterioro en sus formas y maneras de relacionarse, pero no quieren/pueden verlo. ¿Cuánto puede durar una relación basada en esta desvalorización del otro, esta aflicción interna? La historia afectiva de las personas en esta fase es insana, marcada por despechos, infidelidades, rechazos, pérdidas de interés mutuo o renuncias que no han podido ser procesadas adecuadamente. Es importante observar que detrás de todos estos movimientos hay miedo al dolor de aceptar la verdad, pero eso no debería servir de justificación.

Al contrario. Más allá de cualquier argumento, lo primordial para este apego poco saludable a la “estabilidad” y una supuesta confiabilidad es impedir la madurez afectiva. Los miembros de esa pareja dicen: “Prefiero un mal matrimonio a una buena separación”.

Pero en esa afirmación ya no hay pareja, hay costumbre, apego a las malas costumbres. Y puede llegar un momento en que asfixia, con suerte: es el momento en que uno de los dos empieza a curarse y a prepararse para abandonar la asfixia y a cultivar su autoestima para una verdadera entrega: la entrega de la vida a uno mismo, empezar a atendernos, ver que el primer abandono es el que hemos hecho con nosotros mismos durante años en un matrimonio mutuamente “interesado” pero vacío de elementosfundamentales: el amor sano también requiere honestidad y no “mirar a otro lado”, comprensión y no “callar para que el otro no se disguste”, empatía y no “darle la razón como a un tonto” al otro, intereses compartidos y sentido de realización, afinidad, compartir actividades enriquecedoras, respeto a la verdad, comunión y una sensación de confirmación de ser importante para el otro y no simplemente “necesario”.

Lo que necesitamos es sentir para que la pareja nos enriquezca es que nuestro crecimiento al lado de esa pareja es parte sustancial de nuestro proyecto de vida… De otro modo, mejor estar solo.

Eso podremos verlo si logramos ponernos fuera de los antiguos patrones enfermos, si aceptamos lo que ha sucedido y sucede con dignidad, confiando que algún sentido tiene porque gracias a todo eso se ha visto qué era realmente una relación. Entonces podremos disfrutar de la libertad de ser nuevos y empezar de nuevo, estar solos o iniciar una nueva relación en la que no se dé por sentado que hay que estar juntos por obligación, sino para aprender del otro, para enseñarle lo que podamos y sepamos, para fluir juntos.

Aceptar a otra persona no significará ya más esconder lo que disgusta del otro, ni alimentar engaños.

Si se inicia este proceso de honestidad, entonces es posible salir de eso de “mejor un mal matrimonio que una buena separación”: las heridas se curan si hay proceso de aceptación, de poner en práctica un sentimiento nuevo de confianza en uno mismo que es fácil de ejercitar si pensamos que el otro también puede tener temores parecidos y somos capaces de hablarlos con serenidad cuando el otro no nos entienda, porque no todos podemos entenderlo todo de igual modo y al mismo ritmo.

honestidad. Primero, con uno mismo. Así comienza la real posibilidad de que el amor futuro suceda, cuando se comprende que el amor se da entre personas de carne y hueso y no entre espejismos del pasado. Y sin miedo a que el amor vivo, sano, dé más trabajo porque no se construye de fantasmas o de sometimientos. Pero quizás es un grato trabajo de crecimiento personal, y ahí es donde uno tiene que decidir qué le compensa y qué no.

El verdadero amor es posible entre dos seres únicos y por lo tanto diferentes que saben que lo son y no se mienten para aparentar lo contrario, ése es el único compromiso. En última instancia, una vez abandonemos las costumbres fatigosas del mal amor por el buen amor podemos empezar a comprender que el amor es un acto de fe y de confianza extrema que sólo requiere reciprocidad y empatía, dos ingredientes fundamentales para la vida plena… estemos solos o acompañados.

Y entonces, quizás, podremos decirnos: “Prefiero una buena separación a un mal matrimonio” y “Para crecer, para avanzar, estaré a tu lado siempre y cuando juntos crezcamos y avancemos”.

Comparte y comenta esta entrada: