El poeta y filólogo español Dámaso Alonso contaba que la literatura española no se había originado en el anónimo “Poema del Mío Cid”, sino en las jarchas árabes, varias décadas atrás, brevísimas y sugerentes manifestaciones poéticas de deseos eróticos —a menudo intensos e imposibles de satisfacer— por parte de mujeres enamoradas de “hombres ajenos”. Las audaces mujeres escribían sobre un pedazo de papel y dejaban el testimonio de su anhelo al borde de la ventana o bajo la puerta del amado para declarar: “para tan aguada (muy crecida) azcona (lanza) / traigo aceitada mi halía (alhaja)…”, y lindezas por el estilo.