El sadomasoquismo o algolagnia, del griego «algos», dolor, infligido y sufrido, y «Lagnela», lujuria, nace de las prácticas que se desarrollan en los conventos a partir del siglo XVI, cuando aparecen las corrientes místicas y ascéticas y se considera que funciona eróticamente porque el extremo dolor provoca en el cerebro descargas de substancias como endorfina, dopamina etc. que suelen provocar visiones y alucinaciones. Según esta teoría neurológica, los monjes y monjas competían en este tipo de prácticas inflingiéndose torturas hasta que conseguían orgasmos que confundían con la fusión con Dios. Por otra parte, las nobles damas del Egipto faraónico se entretenían y excitaban clavando agujas de oro en los pechos de sus esclavos si habían cometido algún descuido. Su complemento ornamental, el bondage (del inglés «to bind», maniatar) es la práctica sadomasoquista en la que uno de los participantes ata y el otro permanece atado, y es bastante reciente como práctica popular, pero en Inglaterra, y hasta el siglo XII, las mujeres protestotas también eran atadas: se les ponía un bozal metálico y eran paseadas con una correa por la ciudad. Unos siglos más tarde, la reina francesa Catalina de Médici (1519-1589) decretó que, para ajustarse al canon de belleza, las damas de su corte debían de tener una cintura de 35 cm.