Decía que «los placeres más intensos son hijos de repugnancias vencidas». Y a eso se dedicó. Arrestado por sus excesos en un burdel que frecuentó al mes de haberse casado con la hija de un oficial, se justificó, a la salida de la cárcel: consideraba esa conducta normal para un aristócrata. Todos parecieron comprenderle. Lo que no sabían es que iría cada vez a peor. Para disgusto de sus puritanos coetáneos, en la vida real estaba casado e invitaba a las prostitutas al «nidito de amor» que poseía en Arcueil y las sometía a todo tipo de abusos sexuales.
Éstas le denunciaron y fue encerrado en el calabozo de la fortaleza de Vincennes, por orden del rey, donde materializó su manifiesto, en forma de novela, con las historias depravadas que han escuchado de las prostitutas más su calenturienta imaginación: violar y prostituir a jóvenes víctimas. La obra era una crítica al abuso de poder acometido durante la ilustración francesa. Lo escribió en letra pequeña en un rollo de papel de 12 metros de largo.