Nora Barnacle, la esposa del escritor irlandés James Joyce, no leyó nunca Ulises. Se acostó con el autor de “Ulises”, le habló en los parques, le escribió cartas obscenas -Joyce se las respondía más obscenas aún-, le planchó los cuellos de las camisas y le confió sus dolores, como que en 1896 se enamoró de un adolescente llamado Michael Feeney, que murió al poco tiempo de fiebre tifoidea y neumonía, o que otro joven que le gustaba murió de fiebre en 1900, por lo que recibió de sus amigas del convento el apodo de «matadora de hombres» (man-killer). Se dice que en el relato de Joyce “Los muertos” puede haber resonancias de alguno de estos amoríos de juventud de Nora que ella le relató. También tuvo de jovencita un corto romance con un hombre mayor, por lo que su tía la castigó y poco después, en 1903, la enviaron a Dublín, donde trabajó como camarera en un hotel llamado Finn’s Hotel y donde conoció y enamoró a Joyce, con el que tuvo dos hijos y que no se le murió prematuramente.

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