Todas las mujeres de Picasso, en un primer momento, produjeron en él un entusiasmo creativo casi febril. Las pintó compulsivamente aunque, como confesó en una ocasión, cuando se acostumbraba a los rasgos de una ya estaba pensando en el reto que supondría encontrar a una nueva amante. Musas explotadas por un minotauro, lo que se conoce como hipersexualidad o satiriasis, que lo quería y devoraba todo: la vida, las mujeres y la pintura. En muchas de sus obras aparece un hombre mirando fijamente a una mujer, un artista observando su modelo o un amante comiéndose el objeto de su deseo con los ojos. Sin excepción, todas las mujeres que pasaron por su cama fueron sus modelos, y viceversa.