aperitivo en el belvedere barcelona victor amela y roser amills

El Periódico | Sábado, 19 de diciembre del 2015 – por RAMÓN DE ESPAÑA

Tus amigos suelen estar a este lado de la barra, pero a veces acabas considerando como tal a quien te sirve las copas. No sucede muy a menudo, pero cuando se establece esa complicidad que con el tiempo lleva a la amistad, tu proveedor de epifanías etílicas se convierte en un contertulio muy agradable (de pago, eso sí) y en la versión presentable de esas camareras de garitos dudosos a las que les puedes decir aquello tan sentido y original de «mi mujer no me entiende”. No me gustaría estar en los zapatos de un barman porque no quiero ni pensar en la cantidad de pelmazos que hay que aguantar desde el otro lado de la barra, pero creo que el oficio contribuye notablemente a la cohesión social y a la caridad cristiana. Algunos sobreactúan, como esos bartenders de Nueva York que si ven que no hay ningún parroquiano dándote la brasa (cosa extrañísima en esa ciudad de charlatanes profesionales), te la dan ellos, mostrando siempre una gran sorpresa y un mayor agradecimiento ante el hecho de que hayas cambiado de continente para pimplar y que, además, hayas escogido su establecimiento para hacerlo. No es el caso del gran Ginés Pérez Navarro (Sabadell, 1953), insuperable anfitrión en el Belvedere del pasaje Mercader: su discreción es legendaria y solo te da conversación cuando nota que la necesitas.

La coctelería siempre se le antojó a nuestro hombre el punto álgido de la ingesta glamurosa de bebidas alcohólicas

Como hace tiempo que no bebo, nuestra relación ha devenido esporádica, pero siempre resulta agradable. Los tres o cuatro días al año que me entra la nostalgia del Santo Bebedor de Joseph Roth, me acerco al Belvedere y Ginés me prepara unas margaritas a la americana –como de medio litro, en vaso grande, con mucho hielo y sin sal– que trasiego a la velocidad de la luz, acompañadas generalmente de unas patatas fritas hechas al instante por su mujer, Nati, que son insuperables (como sus canapés, que suelen convertirse en la cena del dipsómano ocasional en que me he convertido). Tiempo atrás, nos veíamos casi cada noche, primero en el Victori –donde lo conocí en 1978, cuando a algunos finolis del underground nos dio por reivindicar el alcohol frente a los canutos, que a mí concretamente me sentaban como un tiro, me proporcionaban un estupor imbécil digno del gran Lebowski, plagaban mis sueños de pesadillas y me hacían despertar con la cabeza como un bombo–, luego en el Nick Havanna y el Zsa Zsa y, finalmente, en ese Belvedere que tengo en la esquina de casa y que unas pocas veces al año se convierte en el refugio donde reúno el valor para volver a ese despacho lleno de libros, cómics, discos, deuvedés y objetos inútiles que me empeño en considerar mi hogar.

CONSAGRADO A LOS CÓCTELES

Viene de una familia de vinateros, y en Murcia aún sobrevive un establecimiento, Pepico el del tío Ginés, que fundó su bisabuelo

Ginés acaba de publicar un libro sobre sus experiencias tras la barra que se lee de un tirón y que constituye un fiel retrato de su autor, ese chico de Sabadell, de padres murcianos, que se trasladó a L’ Hospitalet y quedó fascinado un buen día por el mundo de los cócteles, al que acabó consagrando su existencia. Venía de una familia de vinateros, y en Murcia aún sobrevive un establecimiento llamado Pepico el del tío Ginés que fundó su bisabuelo. Me pasó el original hace un tiempo, y como me gustó, intenté endilgárselo a un par de editores amigos que pasaron del asunto y me dejaron con la impresión de que ese texto, sencillo pero de una eficacia y una sinceridad enternecedoras, iba a permanecer inédito. Afortunadamente, una noche se presentó en el Belvedere Roser Amills con los editores mallorquines que le acababan de publicar una novela, Miquel Horrach y Josep Maria Pijoan, y Ginés dejó caer que tenía un texto autobiográfico con el que no sabía muy bien qué hacer (como es un caballero, no dijo nada de mi ineptitud como agente literario), consiguiendo que los responsables de Ifeelbook le dijeran que se lo enviase y que se lo leerían con mucho gusto. Y así ha llegado a las librerías Impresiones de un barman, de Ginés Pérez Navarro, con un prologuillo muy tierno de Carlos Pazos en el que el artista reconoce haber usado durante años el Belvedere como cuartel general, centro de esparcimiento y taller de ideas.

Personalmente, encuentro a faltar en el libro unas palabras de quien fue el maestro de Ginés con las mixturas etílicas, aquel Pepe Victori que a finales de los 70 acogió en su bar del pasaje de la Concepción –trufado de beodos franquistas curtidos en el Marfil y otros abrevaderos de categoría– a los finolis del underground reacios al canuto y la litrona, sin que se llegara jamás a las manos: extraña muestra de la convivencia durante la transición que siempre recordaré con emoción. Creo que le insistiré a Ginés para que lo incluya en la segunda edición de tan ameno opúsculo, que hasta ofrece al final clasificaciones y recetas de una gran utilidad.

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