En 2016 la escritora de Algaida vivió una historia de amor con un arquitecto napolitano – A los tres meses de aventura veraniega, él le pidió que se casaran.

Por Clàudia Darder, Palma 05.07.2020

Verano del 2016, Barcelona. La escritora Roser Amills (Algaida, 1974) vivía en el barrio de Gràcia, donde solía frecuentar con sus libros algunas terrazas de sus bares de confianza. Un día se le acercó un hombre, arquitecto, de Nápoles, que le dijo que la había visto ya algunas veces. En aquel momento, Amills estaba inmersa en la documentación y escritura de su libro Asja, amor de dirección única, páginas que dedicó a la figura de la directora de teatro letona Asja Lacis y a su relación con el filósofo Walter Benjamin.

Roser Amills en Algaida, julio 2020

Una historia de amor, la de los personajes, que pasó por Italia. Y a Amills, que se declara «sensible a las casualidades», se dejó llevar y aceptó la invitación de su nuevo amigo, el italiano, a viajar con él a Nápoles (ya habían tenido varios encuentros). «Fue todo muy intenso, a lo que hay que sumarle los colores y la luz de la Costa Amalfitana. Nos bañamos en una playa en la que también se habían bañado Lacis y Benjamin. En ese sentido, él fue mi muso». Fueron juntos a una boda en Roma, y luego ella le invitó a las Converses Literàries de Formentor en septiembre, donde Amills participaba. Aunque allí la relación empezó a enfriarse, una noche, mientras cenaban ante las increíbles vistas del hotel de Pollença, el arquitecto se arrodilló, sacó un anillo hecho por él mismo y le pidió matrimonio. La historia de amor a la italiana de Roser Amills finalizó cuando la escritora de Algaida pronunció: «No».

P ¿No le gusta la idea de casarse?

R He tenido pocas relaciones largas, aunque las que he tenido lo han sido bastante. Pero soy incasable, mi único matrimonio son los libros. El matrimonio es una forma de atar a alguien, y para mí un verdadero gesto de amor es dejar ir a la personas que amas porque ya no te aman a ti. Lo de «hasta que la muerte nos separe» no contempla esto.

P ¿Somos consumistas también en el terreno del amor?

R Tenemos una actitud bulímica en cuanto a las relaciones. Salimos de una relación y enseguida nos metemos en otra. Hay que saber que las etapas sola son muy buenas y necesarias. Te enseñan y aprendes cómo eres realmente, y aprender a quererte y a estar contenta contigo misma. Decides, también durante estos momentos, que no cambiarás por nadie, sabiendo que la vida es un crecimiento constante y que no siempre somos y pensamos de la misma manera. Una vez asumido esto, es muy difícil que entres o empieces una relación donde no se respeta la individualidad.

P Las rupturas suelen ser dramáticas.¿Tendríamos que desdramatizarlas?

R Hablamos de ruptura cuando esta palabra ya no está bien. No se rompe nada cuando una relación con alguien se acaba. Las relaciones son una oportunidad de crecimiento, especialmente las que no salen bien, porque se sale con una manera más generosa de entender el amor. Aunque haya una etapa de duelo, inevitable cuando has compartido muco tiempo y espacio con alguien, es precioso poder decir que sigues queriendo a esa persona, que sientes gratitud por todas las cosas buenas, y descubrir que lo que quieres para ella es, simple y llanamente, que esté bien.

P ¿Los amores de verano son los mejores?

R Yo creo que, tanto en verano como durante un periodo de vacaciones, aunque sea invierno, los amores son más intensos. Nuestro cuerpo y nuestra mente se relajan, a veces cambias de entorno –sea con un viaje, o en otro pueblo de la isla– y hay más movimiento. También más predisposición. Y el hecho de saber que será algo efímero, momentáneo, que se reducirá en un periodo de tiempo concreto, lo hace muy especial, intenso. Todo se magnifica cuando estamos relajados. Podríamos decir que los veranos son muy peligrosos, porque en el plano del amor puede pasar de todo.

Diario de Mallorca, julio 2020

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