III. El artista en la posmodernidad.

No hablaré aquí de todos los artistas, que indudablemente se ven afectados por la cultura de la postmodemidad. No voy a hacer referencia al sector de los consagrados: de aquellos que ya forman parte de los libros en los que se escribe la historia del arte contemporáneo. De quienes hablo son de aquellos a los que conozco o a quienes observo moverse para abrirse paso en la selva de intereses, estereotipos, amores, castigos, premios y olvidos que forman parte del sistema de relaciones del arte contemporáneo.

No voy a hablar de aquellos que ya dominan las reglas del juego del arte, sino de quienes, además de tratar de aprenderlas aspiran a generar sus propias reglas.

  • Tiene como preocupación ser una persona de su tiempo. Y una de las
    características que este tiempo a la corta no perdonará es la ignorancia, la faltadefundamentos.Poresoestáatentoypermeablealoquelerodea,a
    la interpretación de la cultura o de las formas culturales de las que se permeabiliza y de las que busca mostrar reflejos en su obra.
  • No tiene miedo a la teoría. Pues sabe, porque lo ha estudiado, que la división entre teoría y práctica es un posicionamiento cultural divisorio que no responde a las formas de pensamiento que las diferentes ciencias cognitivas han ido mostrando y que la sociología del arte ha puesto de manifiesto. Sabe que no puede existir práctica sin teoría. Que la construcción social de la realidad mediatiza sus decisiones y que su acción está construida a partir de estereotipos culturales y teorías implícitas sobre la realidad. Por eso reconoce que su actividad es fruto de una relación dialéctica indisiociable entre los dos ejes que recientemente definía Wagensberg, es decir, entre la teoría (como forma de representación del mundo o de una parte de él) y la experiencia (como forma de perturbar el mundo y tomar buena nota de las consecuencias).
  • Reasume su rol social haciendo síntesis en su propia persona de la división formulada por Diderot entre las facultades del filósofo (del esprit
    éclairé) y del genio (ame sensible).
    El primero conocedor y rector de su propia razón, que es la de todos, sabe conducirla hacia los objetivos que se propone, a la vez que confía en el lenguaje y en su capacidad disuasoria. El segundo, sometido a la perentoriedad de su pensamiento, elude la meditación discursiva: a causa de la intensidad de su emoción que le obliga a comprometerse con todas las cosas del mundo, rehuye la mediación convencional del lenguaje, no siempre encuentra palabras adecuadas y a menudo se refugia en el silencio. Características recogida por Mari en su Euforión.
  • Es un trabajador nato que tiene los sensores a punto con respecto a lo que le rodea. Asume que la función profesional de un artista no puede estar en relación con la preparación de la exposición inmediata. La búsqueda de referentes es una constante: se sabe todos los nombres de los artistas contemporáneos y los recita como un poseso que muestra quienes son sus señales. Le preocupa el ayer próximo por los problemas teóricos que se plantearon, pero sus estilemas están en las imágenes de lo inmediato. Por eso no sorprende que conozcan mejor los nombres y las obras de los artistas contemporáneos que sus mentores académicos.
  • En esta actitud de trabajador nato hace una planificación del uso del tiempo que es modélica y en ocasiones obsesiva: estudia, no pone límites al tiempo de taller, asiste a conferencias, cursos y seminarios, recibe visitas en las que trata de atender de forma esquisita a quienes se interesan por su trabajo, se le ve en la mayor parte de las inauguraciones y visita todas las exposiciones posibles. Cuando atarriza en una ciudad nueva, no le queda sala por recorrer. Pero en todos los momentos de su tiempo no actúa como un consumidor pasivo, ni ejerce un criterio de juicio basado en simpatías, preferencias o intensidades formales. Busca un distanciamiento crítico respecto a lo que ve y con quienes se relaciona. Busca de qué apropiarse, trata de encontrar el problema que se le plantea y no busca establecer relaciones fáciles. A diferencia de otros miembros de su generación, repudia las frases y las poses estereotipadas, que muestran a corta distancia que son fruto de una cultura de oidas y sin profundizarla.
  • Sabe que además de su obra y su trabajo el artista contemporáneo ha de ser un mensajero de si mismo. Por eso se hace presente no sólo en las salas de exposición sino también en los medios de comunicación. Lo que le hace consciente de que despierta dudas cuando escribe, pues se enfrenta con un problema de competencias profesionales. Además trata de que su persona conecte con su personaje y va integrando la teoría de los roles de Goofman como una estrategia de despliegue, pues sabe del valor que su propia imagen tiene para los otros.
  • Si tuviera que hacer una jerarquía de preferencias que le diferencia de sus mayores próximos, prefiere para señalar sus referentes la filosofía a la historia, y con respecto a sus mayores lejanos le atrae con más fuerza el discurso y los problemas en tomo a la estética contemporánea que la poesía. Sabe que en la época de la hipercomunicación y del ruido informativo, ha de ser un pansófilo voraz. Esto le hace dar golpes de ciego en ocasiones, pues nadie le libra de la deficiente aproximación a los fundamentos que su formación escolar y universitaria le ofreció. Por eso está más atento a la cita que a la elaboración, más pendiente de la novedad que de los orígenes.
  • A diferencia de quienes ha pretendido ser sus maestros, tiene sentido del humor y sabe que desplegar la ironía es un atributo contemporáneo. Que la trascendencia es una capa tras la cual se esconde la inseguridad y el afán enfermizo por el reconocimiento.
  • Sabe que el arte en la actualidad es básicamente una cuestión política. Sobre todo porque, como está atento a la cultura de su tiempo, sabe que desde finales de los setenta la religión y el interés por la profesión política ejercen un atractivo menor que la cultura. Por tanto sabe que el arte ha entrado en los circuitos de la política cultural y toda actividad política está regida por un sistema de valores e intenciones. Por esto es consciente de que la atención a su obra pasa porque responda, pueda servir de eco a la proyección de quienes forman parte de la distribución de la política cultural de la entidad pública o privada que promueva tal o cual imagen corporativa.
  • Sabe que ya ha pasado la fascinación por lo joven, por la edad de oro que caracterizó los inicios de la década. Pero que sigue la obsesión por ser el padre o la madre, el mentor o el guia de un nuevo descubrimiento. Por eso reconoce que los gestores del arte buscan el valor de lo seguro. Seguridad que suele venir dada por la posibilidad de identificar los referentes en los que se fundamenta el artista, en el mantenimiento de una continuidad en las señales estilémicas que lo identifican. Lo que le hace
    reconocer que tiene que optar entre dejarse etiquetar por la dispersión (que genera inseguridad) o seguir la línea de una tradición identificadora que le coarta. Opción que no siempre tiene resuelta y que con frecuencia deja en manos del azar.
  • Reconoce el afán por los localismos, la obsesión de algunos por crear una jerarquía basada en la tradición. Pero sabe que el entorno de un artista no tiene límites. Por eso su punto de mira pretende situarse en la aldea global y no en el reconocimiento y el encumbramiento del patio de vecinos. Por eso prestamos más atención a lo que se expone en Nueva York, Chicago o Colonia que en la calle Consejo del Ciento. Aunque no elude que aquí está su entorno inmediato de supervivencia y trata de seguir las señales que se le ofrecen y no las de deja pasar desapercibidas.
  • No es ingenuo o ingenua (aunque en ocasiones lo parezca, porque es lo que se espera de él o de ella). Sabe que además de un reflejo de la política, el arte se muestra en una plaza de mercado. Y en esta plaza quienes ponen las normas son los mercaderes. Por eso en las ferias, sabe que no todo lo que se lleva es lo que vale, sino lo que se necesita vender o lo que en aquel momento se vende para recuperar una inversión. Por esta razón sabe que el mercader lo ve como inversión o como señuelo para inversores de valores de futuro. Lo que le hace guardar colas, armarse de paciehcia y repetirse que, a pesar de su ansiedad, el tiempo no perdona lo que se hace en contra de él.
  • Reconoce que no quiere ceder su voz a la de otros intérpretes, aunque esa sea la distribución social de funciones establecida. El o ella sólo quiere
    que le dejen compartir su voz y que no se la roben, porque el principio greemberiano del «tu pinta que ya hablo yo», pertenece a otra concepción y a otra relaciones de poder en el arte. Pero no cae en la trampa de explicar su obra, pues sabe que ésta ya indefectiblemente es abierta desde el momento que sale de su estudio. Pero no renuncia por ello a explicarse a sí mismo y a sus referentes.
  • Acepta y reconoce los ritos de la religiosidad del arte y sabe que aquellos que encaman bandos e intereses le van a premiar, castigar o ignorar por lo que les posibilite decir sobre él o ella. Sabe que parte del triunfo social de un artista depende de los afectos. Es una cuestión amorosa. Por eso no tiene reparo en dejarse querer, y le gustaría que lo hicieran todos y todas. Pero es consciente de que si contenta más o unos que a otros, será etiquetado no por lo que hace sino por con quien está. Por eso se esfuerza en mantener su independencia, pero sabiendo que en los tiempos que corren hasta esta aspiración ya constituye una toma de postura.

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