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En la Antigüedad, el filósofo que no escribĆa, pero pensaba, no se exponĆa al desprecio; desde que nos postramos ante la eficacia, la obra se ha convertido en el absoluto del vulgo; a quienes no producen se les considera Ā«fracasadosĀ». Sin embargo, esos Ā«fracasadosĀ» habrĆan sido los sabios de otros tiempos; ellos rehabilitarĆ”n nuestra Ć©poca por no haber dejado trazas en ella.*
En un mundo sin melancolĆa los ruiseƱores se pondrĆan a eructar.
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Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.
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Nosotros nos parapetamos detrĆ”s de nuestro rostro: al loco le traiciona el suyo. El se ofrece, se denuncia a los demĆ”s. Habiendo perdido su mĆ”scara, muestra su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se les espose y se les aĆsle.
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Apenas se medita ya de pie, y menos aĆŗn andando. Fue nuestro empeƱo en conservar la posición vertical lo que originó la Acción; por ello, para protestar contra sus perjuicios, deberĆamos imitar la postura de los cadĆ”veres.*
Para dominar a los hombres hay que practicar sus vicios y añadir a ellos alguno mÔs. Véase el caso de los papas: mientras fornicaban, practicaban el incesto y asesinaban, dominaban el mundo y la Iglesia era omnipotente. Desde que respetan sus preceptos, su poder se degrada: la abstinencia, lo mismo que la moderación, les ha resultado nefasta; convertidos en personas respetables, nadie les teme ya. Edificante crepúsculo de una institución.*
La dignidad del amor consiste en el afecto desengaƱado que sobrevive a un instante de baba.*
etc…