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Por favor no me enterréis nunca, dejadme en el suelo
y pasad de largo a vuestros asuntos,
no en vano mariné mi carne
con todas las sensaciones,
entregué a mis hijos las plantas de los pies
y ellos a mí los sabores verdaderos de las cosas.
Me esforzaré por desgastar los labios
satisfecha hasta el último instante
con los labios de mi amado,
tejeré quimeras hasta la irrevocable exhalación,
la tercera y la cuarta vértebra con las cosquillas
de cada etapa de mi paso por la tierra.
Ya sé que no me haréis caso, pero por decirlo
que no quede:
deseo con todas mis fuerzas el aire libre
de las alas de las moscas, poder echarme a reír
a carcajadas a su paso
como las frutas maduras
que penden de los árboles colmadas de zumbidos,
quiero que me pinchen el vientre las tijeretas
más efusivas y que las babas frescas de los caracoles
encuentren con gusto su sitio entre mis pómulos.
Por favor no me enterréis y decidme sólo,
ahora que estamos a tiempo,
qué os gustaría que les susurre a las hormigas
cuando levanten su almacén entre mis costillas.
Ysi me enterráis no importa,
no os lo tendré en cuenta, me iré
con la ilusión de la anémona
de gusanos que acariciará mi esqueleto
hasta dejarlo reluciente,
con la posible fortuna de que me entre una mariposa
por un ojo y sacarla por la boca,
con la eventualidad de poder saciar a mil avispas
con la carne de mis rodillas por fin quietas.
Dejadme, permitidme la parsimonia
que seca los helechos, la de las plantas aromáticas
cuando así lo marca su ciclo,
consentidme la delicia de desvanecerme
sobre la tierra
después de desvanecerme tantas veces
en las camas
que tanto me ayudaron a soñar,
toleradme fuera de cobertura
sin interferencias ni adornos,
pudrirme a plena luz del día
por los cuatro costados,
a los cuatro vientos y con la esencia
concentrada de mí misma como último bostezo,
que las arañas se repartan las bóvedas craneales,
que mis pestañas terminen en el nido
de una golondrina.

 [Roser Amills, julio 2012]

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