Por: Itzia Huillcahuari, noviembre 2019
Diario La República, Perú

Los hay de todo tipo, en tamaños, colores, olores y fluidos a gusto del cliente. Un pedido ‘especial’ puede costar hasta 50 euros (180 soles). Lo que importa es que esté sucia

Verano del 2018. Nunca antes Leo había esperado con tantas ansias un producto comprado por Internet. El mensajero tocó su puerta y le entregó un paquete pequeño, cerrado y anónimo.
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A solas, abrió el empaque y emocionado se dispuso a observar su pedido. Era una bolsita hermética cuyo interior guardaba una nota dedicada y el ‘tesoro’ que Leo iba a descubrir: calzones usados.

Por más extraño que parezca, su caso no es aislado. De hecho, la tendencia por comprar ropa interior usada está en crecimiento en países europeos como España, y viene extendiéndose, cada vez, a más territorios.

Elsa Angulo, portavoz de Panty.com, una página dedicada a este negocio, explica que la web cuenta con usuarios registrados de varias nacionalidades, incluida Latinoamérica. “En los últimos meses hemos tenidos muchas visitas de México y Colombia”, afirma.

Solo la semana pasada el registro de nuevos usuarios ha sido de 1143. Panty.com maneja actualmente 15 mil cuentas, entre vendedores y compradores de habla inglesa, española, italiana y francesa.
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“Es una forma de explorar la sexualidad, de vivir con libertad. Hay chicas que tienen familia, tienen trabajo estable, pero les gusta vender su ropa interior porque es como un hobby y les ayuda a vivir su sexualidad en un plano diferente”, señala Elsa.

Descubriendo experiencias
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Maggien tiene 30 años. Es casada, tiene una familia y trabaja como auxiliar administrativa. Sin embargo, encuentra en este negocio una doble ventaja.
“Además de dar un beneficio económico, te da una nueva experiencia sexual, descubres muchas cosas y te ayuda a mejorar como pareja”, confiesa.
En los cuatro meses que lleva vendiendo bajo el nombre de Maggien en SecretPanties, la ganancia no ha ido nada mal. Su mejor mes, dice, ha sido de 800 euros. En soles peruanos, hablamos de casi tres mil.

bragas de roser amills lavabo

El precio por una prenda depende de quién la use, cómo y cuánto tiempo. Por lo general, suele costar entre 25 a 30 euros (92-110 soles). Pero si se trata de alguien ‘cotizada’ como la actriz de cine para adultos, Carolina Abril, los compradores están dispuestos a pagar mucho más.

Elsa afirma que por unas bragas de Abril pagan hasta 100 euros (369.69 soles). Sin embargo, “se trata de tener estilo”, agrega, la venta no solo se hace por la prenda, sino también por la vendedora.
“Jugamos con el fetichismo, del contacto personal (online) entre compradores y vendedores. Ellos (los compradores) siempre se fijan en la descripción que las vendedoras colocan en su cuenta. Tienen un chat donde también pueden conversar y establecer conexión”, explica.

Placer para todos los gustos

Aparentemente, es un negocio rentable, fácil y rápido. Sin embargo, es imposible no preguntar: ¿Qué tipo de persona compraría ropa interior usada? La respuesta es cualquiera. Ya sea por morbo, por fetiche o por simple curiosidad.
La sexóloga Carolina Motta advierte que no es algo ‘retorcido’ como muchos pueden pensar. Se trata de un gusto diferente nada más. De hecho, quienes entran a este mercado no se sienten ‘raros’ o ‘pervertidos’, y es de lo más natural sentirse atraído por olores en particular.

“Definitivamente, las feromonas y el olor que puede expedir nuestro sexo le resultará excitante a otras personas. Si hablamos de biología, es natural que el olor de nuestros genitales le agrade a nuestras posibles parejas sexuales”, explica Motta.
Es sencillo, lo que a algunos les gusta a otros les puede parecer completamente ‘sucio’. Depende de la cultura con la que crecieron.

Es más, un comprador no siempre obtendrá una ropa íntima para el mismo fin. Según Leo, en su caso, se trata más de una especie de colección. A él le satisface tener la prenda de una mujer, sean bragas, medias o incluso una blusa. El olor le atrae, sí, pero no por eso se siente un “enfermo”.

“La gente piensa que si compras bragas usadas es porque te vas a masturbar con ellas y no necesariamente es así. Es como coleccionar muñecos, canicas o monedas. Yo colecciono bragas. El gusto es solo tenerlas”, cuenta.

roser amills bragas rojas londres 2

“El vecino, el señor que está en la tienda, un abogado, el gerente de una empresa o incluso el presentador de televisión, cualquiera de ellos puede ser un coleccionista de bragas y no pasa nada”, agrega Leo.

Claro, hay de todo. Si bien existen compradores como Leo, los hay también quienes son más ‘exigentes’. Pueden pedir un calzón usado por dos días o una semana, con fluidos más marcados u olores concentrados en la zona anal.

Maggien detalla que los pedidos más ‘asombrosos’ que le han hecho han sido orina, saliva, menstruación e incluso heces. “¿Qué hacen con ellos?”, le pregunto. “No sé ni quiero saberlo”, responde.

Libertad sexual

Para Roser Amills, escritora y periodista española, vender bragas usadas va más allá de una simple transacción. En 2016 ayudó a una amiga con el negocio para hacer estas ventas vía online, y se ofreció como ofertante, sin apoyarse en el anonimato.

La razón, explica, era demostrar el empoderamiento femenino. Que se puede hacer “lo que se quiera” sin ser juzgada o señalada por los demás o, al menos, sin que importe que lo hagan.

“A mí no me excita vender mis bragas, esa es la fantasía del hombre que la compra no la mía. Pero darme la libertad de hacerlo porque quiero es sentirme una mujer poderosa. ¿Por qué si vendes tus zapatos usados está mejor visto que vender tus bragas? Si igual tiene tu olor y es personal. Lo que pasa es que tenemos prejuicios y le damos mucha importancia a la parte genital”, enfatiza.

Amills considera que muchas veces los tabús son una forma de quitar la libertad de una persona, en especial a las mujeres. Por ejemplo, continúa, un hombre puede caminar sin camiseta y mostrar los pezones; pero si lo hace una mujer, ya se vuelve obsceno.

Vender ropa interior usada, entonces, puede ser una manera de ganar dinero extra o bien de explorar y expandir la sexualidad sin miedo al qué dirán. Por supuesto, la recomendación de la escritora es siempre “hacerlo porque se quiere”, no porque se piense que se deba hacer.

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