Después, la historia. La de los grandes acontecimientos.
Como los niños, que descubren el mundo preguntando, yo escribo. Y para que tú la leas, mi palabra va creciendo, va llenando el espacio en blanco, los márgenes incompletos, los encuadres prematuros. Jamás una perspectiva total, ni siquiera de un cuerpo. Fragmentos, secretos como una llave, una mancha en la pared, los bigotes de un gato. Historias que no acaban de cerrarse, que nunca concluyen porque empecinadas las señales vuelven a tocarme sin reposo —sin energía, la mayoría de las veces mal cultivada— y luego por su propio peso caen, empujándose unas a otras derrumbamiento de filas dominó primera sensación de textura tonalidades, las partes más oscuras de la imagen donde se desea algún detalle emergen a la luz para arrollar todo cuanto encuentran a su paso.