Después, la historia. La de los grandes acontecimientos.
Como los niños, que descubren el mundo preguntando, yo escribo.
Y para que tú la leas, mi palabra va creciendo,
va llenando el espacio en blanco,
los márgenes incompletos, los encuadres prematuros.
Jamás una perspectiva total, ni siquiera de un cuerpo.
Fragmentos, secretos como una llave,
una mancha en la pared, los bigotes de un gato.
Historias que no acaban de cerrarse, que nunca concluyen
porque empecinadas las señales vuelven
a tocarme sin reposo
—sin energía, la mayoría de las veces mal cultivada—
y luego por su propio peso caen, empujándose unas a otras
derrumbamiento de filas dominó
primera sensación de textura
tonalidades, las partes más oscuras
de la imagen donde se desea algún detalle
emergen a la luz para arrollar todo cuanto encuentran
a su paso.
poema de Roser Amills