La historia de la alemana Papisa Juana es controvertida y tiene un tinte legendario que no se ha podido demostrar. Su pontificado se suele situar entre 855 y 857 como la única mujer que ha llegado a la corona papal y fue aceptada por la iglesia católica hasta el siglo XVI: la leyenda se fue desarrollando a lo largo de la Edad Media, y la primera mención conocida se encuentra en la crónica del dominico Jean de Mailly, hacia 1255. La leyenda se propagó rápidamente y sobre una gran extensión geográfica, y hacia 1260, reaparece en el “Tratado de las diversas materias de la predicación”, de Esteban de Borbón, también dominico. Pero es sobre todo el relato hecho por Martín el Polaco en su “Crónica de los pontífices romanos y de los emperadores”, hacia 1280, el que ha sido más seguido. Según todos estos documentos escritos, Juana nació de padres igleses y en su juventud se enamoró de un monje benedictino con el que huyó a Atenas. A la muerte de su amante, se disfrazó de hombre e ingresó en el sacerdocio, y fue tan valorada que fue nombrada cardenal y llegó a suceder al papa León IV en el año 855. Pero en el año 857 Juana dió a luz un niño y murió en el parto, mientras otros cuentan que al darse cuenta de que era una mujer disfrazada de hombre, la multitud la apedreó. Sea cierta o no esta historia, lo que sí está documentado es la decisión de la Iglesia de proceder, por si acaso, a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos: un eclesiástico examinaba manualmente los atributos sexuales de cada nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: Duos habet et bene pendentes (Tiene dos, y cuelgan bien).

Comparte y comenta esta entrada: