SÃ, desembalo mi biblioteca. Aún no está en las estanterÃas, aún no la envuelve el tedio tapizado del orden. Tampoco puedo, todavÃa, recorrer sus estanterÃas pasándoles revista ante un auditorio complaciente. No teman nada de eso. Sólo puedo rogarles que me acompañen al desorden de cajas recién desclavadas, la atmósfera en la que flota un polvillo de madera, el suelo cubierto de papeles rotos, entre pilas de volúmenes recién vueltos a la luz del dÃa, tras dos años de tinieblas, para asà compartir en parte no ya la melancolÃa sino la tensión que los libros despiertan en el alma de un verdadero coleccionista. Pues es un coleccionista quien les habla, y a fin de cuentas no habla más que de sà mismo.
Durante años, al menos durante el primer tercio de su existencia mi biblioteca se limitó a dos o tres estantes que aumentaban apenas unos pocos centÃmetros por año: su época espartana, pues ni un solo libro entraba en ella sin que yo lo hubiera leÃdo y descifrado sus claves. Y probablemente nunca hubiera llegado a reunir algo que por su volumen mereciera la denominación de biblioteca si no hubiera sido porque la inflación, de repente, convirtió los libros en objetos valiosos, o como mÃnimo en objetos de difÃcil adquisición. Asà ocurrÃan las cosa en Suiza, al menos. Y asà hice, en el último momento, mis primeros grandes encargos de libros de cierta importancia, pudiendo conseguir productos tan insustituibles como la revista del Blaue Reiter o La leyenda de Tanaquil de Bachofen, que aún era posible procurarse del editor. Ahora, pensarán udes.. tras tantas vueltas y revueltas, deberÃamos desembocar por fin en la vÃa real de la adquisición de libros: su compra. Ancho camino, ciertamente, pero no por ello menos tortuoso. Las compras de un coleccionista de libros no se parecen en nada a las que hace un estudiante para hacerse con uno de los manuales del curso, un mundano para regalar a su mujer, un viajante de comercio para matar el tiempo en su próximo desplazamiento, compras hechas en una librerÃa. Mis más memorables compras, las he efectuado estando de viaje, de pasada. Bienes y propiedades se deben a la táctica. Los coleccionistas son hombres de instinto táctico: cuando están a la conquista de una ciudad, el más pequeño librero de viejo cobra para ellos dimensiones de fortaleza a asaltar, la mas remota papelerÃa deviene posición clave. ¡Cuantas ciudades me revelaron sus secretos durante mis expediciones a la conquista de sus libros!
Desembalando mi biblioteca
Walter Benjamin